China Total

China Total

El Reino del Medio en el año del ratón. Quince días, ocho ciudades, 4 500 kilómetros y dos mil fotos más tarde, comprendo que es el Reino de los Contrastes.

China | 23 de febrero de 2009
Lalo de la Vega

Si lo que se proponían los gobernantes chinos era impresionar al visitante en cuanto pusiera pie en tierra, definitivamente lograron su objetivo. El cansancio de las 10 horas de vuelo para vencer los 7 800 kilómetros que separan a Frankfurt de Beijíng, se me quitó de un tirón ante lo que vieron mis ojos. El recién estrenado Aeropuerto Internacional del Beijing Capital es sencillamente espectacular.

La ultramoderna Terminal-3, cuyo techo parece flotar en el aire, tiene la forma de una gigantesca saeta doble que alcanza 1,3 kilómetros de largo y un millón de metros cuadrados de superficie, lo que la convierte en la sala más grande del mundo. Los pisos brillantes como espejos, el sistema computarizado de control de pasaportes y un tren automatizado que lleva los pasajeros de un extremo a otro, se encargan del resto. Sin embargo, el golpe teatral no es perfecto. La gran obra de arquitectura no puede ser vista en toda su extensión. El aire capitalino está tan contaminado que, en pleno mediodía, cuando se llega a un extremo del inmenso platillo volador, el smog ya impide ver la otra punta de la saeta.

Quince días, ocho ciudades, 4 500 kilómetros y dos mil fotos más tarde, empiezo a ver a Cheng-Kuo, el Reino del Medio, con otros ojos y llego a la conclusión de que más bien es el Reino de los Contrastes.

1- Las contradicciones del Dragón

Veo un inmenso país que se debate entre lo ultramoderno y lo medieval, entre altas tecnologías y supersticiones arcaicas, entre el estricto control del estado socialista sobre la vida y obra de cada ciudadano y las libertades de la economía de mercado, entre una productividad récord y una endeble protección ambiental. Tradición e innovación se dan la mano. Es tercer y primer mundo al mismo tiempo.

El antiguo canciller alemán Konrad Adenauer dijo: ?Vivimos todos bajo el mismo cielo, pero no tenemos todos el mismo horizonte?. Así es en la China de hoy, pese a tener un régimen socialista donde supuestamente el Estado se preocupa por eliminar las desigualdades sociales. Mientras los obreros trabajan hasta 13 horas diarias por un salario mínimo, los nuevos ricos se pasean por las bien trazadas avenidas en autos de último modelo. Hemos viajado por esas autopistas con señalización electrónica y un desarrollado laberinto de viaductos, mientras a pocos metros de mí veía cómo los campesinos se pasan todo el día con los pies y las manos en el lodo, sembrando el arroz mata a mata, igual que hace 2 000 años. En el campo aún aran la tierra con búfalos, sin un tractor ni un sistema de mecanización. Por eso millones emigran desde las zonas rurales para hacer trabajos mal remunerados en las ciudades y enviar dinero a sus familias.

Justo al lado de nuestro moderno hotel en Wuhan, proliferaban edificios marginales con apartamentos comunales, donde los vecinos comparten los servicios sanitarios y las mujeres cocinan en la calle. En China conviven, codo con codo, los lujos más refinados de la potencia mundial y la pobreza en grandes capas de la población, Son abismales las diferencias entre el campo y la ciudad, entre las urbes de la costa y los pobladores del interior, entre los negociantes capitalistas y los aldeanos atrasados. A veces el contraste es brutal.

Dicho en buen cubano ?no cuadra la lista con el billete?. Algo resbala en ese engranaje tan potente como inseguro. Sin duda, el país ha avanzado a pasos agigantados en los últimos veinte años, pero todavía tiene un ejército de mendigos. Los nuevos rascacielos, autopistas y proyectos urbanísticos despuntan por su esplendor en un Estado con pretensiones político-económicas de carácter mundial, por eso las miserias resaltan mucho más que en otras latitudes.

El furor constructivo es impresionante. Por doquier se ven grúas de obras hincadas al cielo, muy a beneplácito de varias firmas alemanas que han obtenido contratos millonarios en esa interminable tarea de, en tiempo récord, añadir modernos edificios al paisaje urbano. En Beijing se derriban casas viejas y barrios enteros para dar paso a las torres de acero y cristal. Este fenómeno se repite en todas las urbes que pude visitar. Xian, la vieja villa con su muralla se ha convertido en una ciudad moderna llena de rascacielos. En Chon Chin, han surgido barrios enteros en menos de un año y la guía nos comenta que el paisaje urbano cambia en apenas unos meses. Wuhan, desconocida fuera de China, es ya un emporio de ocho millones surgido del crecimiento desmesurado de tres ciudades colindantes. Mientras tanto a orillas del Yangtzé se construyen nuevas ciudades, la hidroeléctrica más grande el mundo y puentes futuristas junto a la industria del carbón que tanto daña al medio ambiente.

¿Y qué decir de Shangai, la locomotora de la economía china? Su desafiante torre de TV ha devenido en símbolo del crecimiento que experimenta el país. Incluso, ya la torre se ha quedado pequeña al lado de la JinMao Tower, el rascacielos que pude visitar para constatar desde su mirador en el piso 88 que este a su vez tiene que cederle la marca de altura al nuevo Shangai World Trade Centrer, a punto de ser terminado este año. La carrera para alcanzar el cielo parece no tener fin. En esta zona de libre comercio, el crecimiento económico alcanzan la cifra récord del 18 % anual, pero viene apuntalado por una inflación que llega al, también récord, 8 % mensual.

2- El legado de los soviets

Encontré muchos paralelos entre el País del Dragón y la ya desaparecida Unión Soviética. Ambos estados enormes, multinacionales, de muchos millones de habitantes con distintas etnias y culturas, son gobernados con mano firme desde un gobierno centralizado. La capital decide los destinos de la nación,n y el resto del país obedece. Si en la Plaza Roja se alza el mausoleo de Lenin, en la Tian Tammeen de Beijing está el de Mao Tse Tung. Pese al reconocido desastre de su Revolución Cultural, la estampa de Mao está en los edificios estatales, escuelas y hasta en los billetes en circulación, igual que en el país de los soviets eran una constante las imágenes y bustos de Lenin. De hecho, la arquitectura china de los años 50 es tan parecida a la soviética, que al visitar una vieja fábrica en las afueras de Beijing tuve la impresión de estar en Rusia. De esos años data un monumento al soldado soviético, con letras en ruso, que encontré en Chong Ching y el salón de exposiciones en Shangai construido en el mejor estilo de la antigua amistad China-URSS.

Como en los antiguos países del CAME, las calles capitalinas son limpias, las ciudades son seguras y apenas hay criminalidad, aunque se siente una fuerte presencia policial y militar en los lugares públicos.

La propaganda oficial funciona como la del antiguo país de los soviets. La revista China hoy, en español, o China Pictorial, en inglés, son una copia al carbón de la ilustrada Unión Soviética que circulaba en Cuba en los años 70 y 80.

Aquí también nuestros guías parecían más destinados a controlarnos que a mostrarnos los lugares. Era evidente que se aprovechaban de nuestro desconocimiento del idioma y del país para manipularnos. Su tarea es llevar a los turistas extranjeros por una ruta calculada de antemano. Por eso, aprendí todo el chino que me fue posible y en ocasiones me salí del grupo para poder ver por mí mismo todas las facetas del País del Dragón. Finalmente pude conocer bastante de China, no gracias a nuestros guías, sino pese a ellos.

Si embargo, hay una gran diferencia entre la China de hoy y la URSS de ayer. Mientras que los soviets nunca pudieron conseguir la felicidad de sus tiendas, en China florecen los supermercados, centros comerciales y mercados muy bien surtidos con los más impensables productos. Si bien algunos comercios despiden un olor extraño para los visitantes que hemos venido de tierras remotas, no queda duda de que satisfacen los paladares chinos, para los cuales están concebidos.

No obstante, la economía de mercado ha reaccionado rápidamente. En Beijing existen negocios para clientes extranjeros, en Xian todo un mercado está destinado a los visitantes y en la Ciudad Vieja de Shangai, restaurada con esmero y convertida en un gran imán turístico, se llega al extremo: al viajero le espera toda una marea de souvenirs y una quincalla de pregones en ?chinenglish? que excede las más fantasiosas expectativas. Allí uno puede comprar todo lo que jamás en su vida va a necesitar.

Luego, cuando el viajero cae en el pecado del consumo, hay una palabra mágica que no puede olvidar: regatear. Es poco más o menos un deporte nacional el negociar el precio final, una acción que aquí toma dimensiones de puesta teatral, y que exige gran talento y abundantes dosis de psicología. Casi siempre la compra tiene un desenlace feliz, no importa que el vendedor no sepa inglés y que el comprador no hable chino. Ambos se entienden tecleando las propuestas de precios en una infaltable calculadora portátil.

Otra diferencia es el sistema de trasporte. Moscú se enorgullecía de tener el mejor metro del mundo, y todas las urbes soviéticas con más de un millón de habitantes construían su metro. China, con más de cien ciudades millonarias, está muy atrasada en ese aspecto. En Beijing, con nueve millones, apenas existen tres líneas del metropolitano y acaban de inaugurar una que va hasta el Parque Olímpico. Los treinta millones de Chong Ching aún no tienen metro, aunque esperan construir nueve líneas en dos años. Es una tarea espinosa pero no imposible en este país de milagros, donde el Estado todopoderoso puede disponer de recursos ilimitados para un determinado proyecto, como ocurre con la nueva hidroeléctrica que visitamos en el río Yangtzé, el más largo de Asia. Cuando esté terminada en el 2009, la central será la más grande el mundo. Aquí el gobierno no ha escatimado en esfuerzos. Para construirla, ha reubicado 1,4 millones de personas, ha creado nuevas ciudades y ha aumentado el nivel del río en unos 60 metros.

3- Los misterios del Lejano Oriente y la esperanza olímpica

Los chinos son muy supersticiosos, y su cotidianidad está llena de hábitos y rituales que datan de la época de los emperadores. Por eso visitar China es emprender un verdadero viaje a lo desconocido. Aquí todo es extraño, exótico y hasta novedoso para aquellos que venimos de tierras lejanas. Es otro mundo. Sus incógnitas nos transportan a otra dimensión en idioma, cultura, costumbres y forma de ver la vida.

Para ellos cada animal, cada color, cada número tiene un significado. Por ejemplo el 4 significa muerte y pobreza, el 9 larga vida y el 8 dinero y prosperidad.

Igual que las Olimpiadas de Moscú ?80 para los soviets, Beijing 2008 es la obra priorizada del Partido Comunista Chino. No se han escatimado recursos ni esfuerzos para llevar a cabo lo que, sin duda, será un evento de los superlativos. Sus obras de arquitectura, encabezadas por el ?Nido de Pajarillos?, como los chinos han bautizado a su nuevo estadio olímpico, ya eran famosas antes de haber sido terminadas y evidentemente lo serán mucho más después de los juegos. No obstante, al visitar el nuevo Parque Olímpico, lo que más me llamó la atención es un nuevo rascacielos, aún en los toques finales, cuyo techo tiene la forma de una llama ondeando al viento. ¡La enorme estructura flota en el aire a unos cien metros de altura como si la fuerza de gravedad no existiera!

Este 2008, año del ratón, debería ser muy próspero para Cheng-Kuo. Sin embargo, hasta ahora el Reino del Medio solamente ha cosechado problemas: en febrero los derrumbes fatales en las minas de carbón, en marzo las revueltas de protesta en el Tibet, que le costó el repudio internacional al gobierno chino durante el paso de la Antorcha Olímpica por Europa, América y Asia. En mayo, una semana antes de mi viaje, la gran tragedia del terremoto en Sichuan y luego otras sacudidas han causado enormes estragos y han dejado sin casas a unas cinco millones de personas. Por eso el país se aferra al sueño de las Olimpiadas de Beijing como a un clavo caliente. Es la tabla de salvamento para que florezcan el orgullo nacional del pueblo y el prestigio internacional del gobierno en este año tan adverso.

Los preparativos olímpicos se ven también en otras ciudades, donde también se crea una excelente infraestructura. Las cinco urbes a las que volamos tienen todas una terminal aérea estrenada en este 2008 y una excelente red de nuevas autopistas.

Precisamente, desde el flamante aeropuerto de Shangai despegamos rumbo a Europa. Entre la niebla y el smog se pierde la silueta de la urbe que ya incuba el próximo evento de superlativos: la EXPO 2010 de Shangai. El País del Dragón sigue en su empeño de impresionar al mundo y no me cabe duda de que puede lograrlo. Aquí nada es imposible. Esa es China. No te asombres de nada.


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