Soldados de Piedra

Soldados de Piedra

Un soldado debe ser indiferente al frío y al calor, a los rayos del sol y a las gotas de lluvia, al soplar del viento y a las tinieblas de la noche. No debe experimentar miedo ni dudas. Debe formar una hilera perfecta y mirar adelante. Por eso un soldado debe ser de piedra. Aquí, en Xi-àn, esa frase ha dejado de ser una metáfora. Frente a mí se emplazan las hileras de los guerreros más famosos e inmóviles del mundo. Junto a ellos, sus caballos, que también dirigen la vista en la misma dirección que sus amos. Camino frente a las tropas, mientras siento sobre mi rostro la mirada fría y firme del Ejército de Terracota.

China | 08 de abril de 2009
Lalo de la Vega

 

La leyenda de este enigmático ejército comenzó con un hecho poco espectacular. En la primavera de 1974 un campesino chino se dispuso a cavar un pozo a unos 30 kilómetros al noroeste de la ciudad de Xi-àn utilizando instrumentos rudimentarios. La tierra y el pedregal de la excavación las extraía de las profundidades con una cesta colgada de una larga soga. En uno de esos viajes desde las entrañas de la tierra, una cesta más pesada que de costumbre le trajo una enigmática sorpresa: lo que acaba de salir a la luz del día no era una roca, sino la cabeza de una estatua. El campesino, alarmado por el hallazgo, avisó a las autoridades locales. Luego de algunas pesquisas se determinó que la pieza debía formar parte del, hasta entonces no encontrado, Ejército de Terracota de Qin Shi Huangdi, el primer emperador chino que falleció en el año 8 a.n.e. Si esa suposición era correcta, la figura encontrada en el pozo debía tener unos 2 mil años. Este era, sin duda, el descubrimiento arqueológico más trascendental de China en el siglo XX y uno de los más importantes del mundo.

La sensacional noticia le dio la vuelta al planeta y muy pronto se puso en marcha toda la maquinaria gubernamental del País del Dragón. En agosto de 1974 el Consejo de Estado de China decidió la creación del Museo del Ejército de Terracota del Emperador Qin, el cual abrió sus puertas el 1ro de octubre de 1979 y ocupa todo el sitio de excavación. Por encargo del Comité Central del Partido Comunista Chino, la plantilla de trabajadores de la nueva instalación debía convertir el museo en el mejor del mundo, según puedo leer en la tarja de uno de sus salones construidos en mejor destilo de la era soviética. Sus pisos y columnas están cubiertos de mármoles traídos de todos los rincones de China, mientras las paredes ostentan fotos de colectivo laboral junto a los dirigentes del Partido para recordarles a los visitantes la función patriótica del museo.

Los empleados han realizado una gran labor a lo largo de casi 30 años para ir rescatando una a una las miles de estatuas de soldados y oficiales que están enterradas en los distintos nichos. Lo que antes era un terreno arenoso abandonado, ahora es el mayor museo in situ de China. Posee enormes de hangares, cada uno cubriendo uno de los sitios de excavación, y varios edificios administrativos y de servicios. Se estima que en la zona existan más batallones de este ejército subterráneo aún sin descubrir. Por ello, las labores de investigación científica continúan a toda marcha y no es difícil pronosticar que habrá trabajo arqueológico para otros 30 años más.

Los restos de estatuas tienen primero que ser desenterrados con mucho cuidado, pues todas las figuras están estropeadas y solamente pueden encontrarse pedazos dispersos, ya que muchas de ellas fueron dañadas en conflictos bélicos posteriores al enterramiento inicial. Ahora transito por el área donde los fragmentos encontrados son ensamblados en un complicado rompecabezas en tercera dimensión y cuyas piezas tienen la fragilidad de 2 000 años. Cada soldado rescatado al paso de los siglos y las guerras es el fruto de meses de trabajo de un equipo de investigadores científicos.

Viendo todo esto, varias interrogantes me martillan la cabeza. ¿Por qué surge el ejército como tal? ¿Quién pudo haber sido tan desequilibrado como para hacer crear semejante regimiento de descomunales dimensiones y luego enterrarlo? El demente era nada menos que el propio Emperador Qin.

El soberano, primer monarca capaz de unificar todo el enorme territorio chino bajo su mando, era perseguido por dos pesadillas. Una, los ataques de los mongoles del norte, para lo que hizo levantar la primera versión de Muralla China. Su segunda gran preocupación era el tener que morir. Le aterraba la muerte, y ese miedo se fue incrementando hasta convertirse en una paranoia enfermiza. Para tratar de evitarla, empleó todo tipo de recursos y esfuerzos. Consultó médicos, magos, filósofos y hasta adivinos que le dieron las más impensables recomendaciones. Unos le aconsejaron el amor en brazos de concubinas jóvenes, de sangre fresca para que lo contagiaran con su juventud, y otros le persuadieron de que era mejor la abstinencia sexual para no gastar energías innecesarias. Algunos le hablaron de la fuente de la juventud, mito que se ha repetido por siglos en otras culturas, y el soberano organizó expediciones en su búsqueda, hasta que finalmente un misterioso sabio le dijo que dicha fuente no existía.

Quiso una de las grandes ironías del destino que alguien le comentara al emperador sobre el mercurio y le atribuyera a este enigmático líquido propiedades extraordinarias. Entonces el soberano dispuso de hacer un río de mercurio en su mausoleo. Aunque no esta documentado, es posible que precisamente el contacto con esta sustancia tan tóxica haya acelerado su muerte.

La búsqueda de la inmortalidad era cada vez más desesperada a medida que el emperador se adentraba en la vejez. Sin embargo, veía acercarse aún más a la muerte implacable. Entonces, en una mezcla de resignación y último esfuerzo, decidió prepararse a sí mismo una suculenta estancia en el más allá. Una ciudad subterránea sería su mausoleo, y para protegerse de sus múltiples enemigos, mandó hacer un batallón que velaría por él día y noche desde el mundo subterráneo. Ya era tradición que los señores feudales ordenaran pequeñas figuras, cocidas a bajas temperaturas, para enterrarlas en fosas cercas de sus tumbas. Se hacían estatuillas de funcionarios, guerreros, siervos y hasta de animales. No obstante, esta vez Qin iba a romper todas las dimensiones. Para su sepulcro hizo fabricar figuras en tamaño natural y cocidas en hornos de mil grados. Todo un regimiento, con soldados, arqueros, oficiales, caballería y generales, cuidaría fielmente el cuerpo de su emperador. Sería un verdadero Ejército de Terracota.

Las estatuas fueron hechas de una forma muy singular. Se fabricaban pieza por pieza usando una arcilla especial que era mezclada con caolín y arena. Primero se hacían las piernas, las cuales eran de arcilla maciza, para darle más estabilidad a la estatua. El tronco y los brazos eran huecos, de modo que el centro de gravedad estaría lo más bajo posible. La cabeza y las manos, también huecos, se hacían aparte y se unían luego al cuerpo. Las figuras, una vez secas a la sombra, se llevaban al horno. Sobre todo en las cabezas se ha seguido un complicado proceso de escultura manual de varias capas para darle ese toque individual que todas tienen. Al salir del horno las figuras de los guerreros, y también de los caballos, eran pintadas en colores para darles una apariencia real a las 7 300 figuras destinadas a proteger al emperador en el mas allá. Aparte de lo novedoso de esta tecnología para aquella época, las esculturas poseían otra característica muy importante: todas eran únicas. Cada una de ellas representaba un soldado que existió realmente en carne y hueso. Por eso son irrepetibles y constituyen un retrato en piedra de las tropas del emperador. Sin embargo, al salir del museo y alejarnos en nuestro bus en dirección a la ciudad, comprendo que el extenso territorio que ocupa el Ejército de Terracota era una ínfima parte del mausoleo del primer emperador. Baste decir que el terreno abarcaba 56 kilómetros cuadrados, las dimensiones de toda una ciudad. Para construir el enorme complejo de sepulcros, se hizo trabajar a 700 mil siervos durante 37 años. Dentro de sus murallas se han encontrado unos 400 enterramientos y unas 30 mil familias trabajaban aquí diariamente para mantener el recinto.

Pasamos cerca de uno de los portones en la muralla exterior que da acceso a las áreas de enterramientos, las cuales estaban subdivididas entre sí por muros menores. En la zona exterior estaban las oficinas y las viviendas de los funcionarios del mausoleo. En la parte interior, protegida por otra muralla de seis, kilómetros de largo, se encontraban al norte los salones privados de la familia real para sus plegarias litúrgicas y no lejos de allí, el templo con las reliquias del emperador. Existía además una necrópolis para las concubinas, pues junto con el emperador ?corazón de tigre?, debían ser enterradas todas las amantes que no le dieron hijos.

Un detalle curioso es que junto a la tumba del soberano también se erigió una sala de banquetes, donde simbólicamente al difunto se le servía comida cuatro veces al día. El núcleo de esa gigantesca ciudad fúnebre, con grandes espacios, murallas y edificios administrativos, era una pirámide de 115 metros de alto. Cualquier semejanza a los faraones egipcios es pura coincidencia. La pirámide se encuentra apenas a kilómetro y medio del Ejército de Terracota, aunque no está abierta al público. Pese a buscarla insistentemente, solamente logro descubrirla gracias a las aclaraciones de nuestro guía. Como fue hecha de tierra prensada, ha perdido su geometría y su altura. Todo lo que puedo ver es una pequeña colina deforme. Debajo de la pirámide se encontraba el palacio subterráneo con la cámara fúnebre. En el techo de bronce de la cámara, las estrellas del firmamento eran representadas con piedras preciosas, mientras que en el suelo, ríos de mercurio fluían hacia un océano artificial. En el centro de la sala, un sarcófago de bronce con forma de pagoda guardaba el cuerpo de Qin Shi Huangdi, el emperador con corazón de tigre; en tanto las salas secundarias estaban llenas de cofres con tesoros y obras de arte. ¡Es impresionante la similitud con los sarcófagos egipcios! Era tanta la belleza aquí acumulada, que los artistas que construyeron este lugar sagrado supremo fueron enterrados vivos al cerrarse las puertas de la cámara.

Cerca de la pirámide se encontraron enterradas dos carrozas con caballos de bronce, en escala reducida 1 a 2, los cuales fueron reconstruidos y se exhiben en una inmensa vitrina en el museo. Uno de los carruajes es la versión china del ?barco de la muerte? soterrado junto a los sepulcros egipcios para ayudar al difunto en su viaje al más allá. El mausoleo también incluía un establo con caballos verdaderos, sepultados cerca de su amo, así como pequeñas figuras de barro de funcionarios, vigilantes y siervos, como era tradición entonces. Quizás lo que nunca supiera el paranoico emperador Qin es que en realidad lograría la inmortalidad. De seguro el mundo no llora al cruel ?corazón de tigre?, cuyo cadáver casi se pudre antes de ser enterrado*. Sin embargo, su ejército y leyenda han pasado a la inmortalidad. Vendrán otros dos mil años más y los guerreros de terracota seguirán mirando al horizonte, desafiando los siglos, impermeables al azote del almanaque. Al fin y al cabo, son soldados de piedra.

 

* Pese a sus enormes esfuerzos, Qin no pudo escapar de la muerte. Su final fue en extremo retorcido. Producto de intrigas de la corte y luchas intestinas para definir quién debía ser el sucesor del trono, el cadáver del emperador demoró dos meses en ser enterrado. Su muerte era secreto de Estado. Bajo el implacable calor del verano, se mantuvo el cadáver putrefacto entre sedas y oros de la carroza real. Era tanto el hedor que emanaba, que para disimular su muerte, colocaron junto al carruaje dorado una carreta con pescado maloliente.

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