En casa del Hijo del Cielo

En casa del Hijo del Cielo

Los chinos, rebosantes de orgullo, me explican que la Plaza de la Paz Celestial, Tian Tammen, es la más grande del mundo. Al oírlo tengo que sonreír. Ya lo había escuchado en la Plaza Roja de Moscú, o en boca de amigos aztecas sobre el Zócalo cuando visité Ciudad México. En todo caso, mientras las tres grandes naciones se ponen de acuerdo, puedo atestiguar que la Tian Tammen no es muy pequeña que digamos. Hoy, convertida en telón de fondo para los grandes actos nacionales, es además ruta obligada de las excusiones turísticas.

China | 14 de marzo de 2009
Lalo de la Vega

A mi espalda tengo el mausoleo de Mao Tse Tung, con su larga hilera de visitantes, a mi izquierda, el palacio de los Congresos, donde realiza sus sesiones solemnes el Partido Comunista Chino, y a mi derecha, el Museo de Historia de la Revolución, que anuncia hoy una exposición sobre las olimpiadas Beijing 2008. El parecido a la Plaza Roja soviética es ineludible. Sin embargo, lo que tengo frente a mí marca la diferencia, pues la Tian Tammen sirve de grandiosa antesala al corazón de la urbe: el Gugong o Palacio Imperial, que es el punto de partida de las principales avenidas pequinesas Hacia allá dirijo mis pasos y al sumergirme en el torrente humano que penetra bajo los grandes arcos de las murallas, me espera la primera sorpresa. Basta caminar unos pasos sobre los centenarios adoquines para dar un salto varios siglos atrás. Las gruesas murallas rojas, a prueba de cañones, con sus 11 metros de altura y rodeadas por un foso de agua de 52 metros de ancho por 6 de profundidad, crean un mundo aparte. El aislamiento es perfecto para este microcosmos de 720 000 metros cuadrados, casi el doble del Vaticano, que forma un rectángulo lleno de pabellones deslumbrantes con 960 metros de norte a sur y 760 de este a oeste. En China se utilizaron piedras y ladrillos para edificar puentes y obras defensivas, como la Gran Muralla. En cambio, para levantar palacios y templos se emplearon materiales más nobles, como la madera. A diferencia de los europeos, los chinos no construían para la eternidad, porque creían en la renovación constante.Esta no es más que la antecámara al palacio y ya me siento impresionado. Intento entonces imaginar, a la distancia de seis siglos, cómo pudo haber surgido una obra de semejante calibre. HISTORIA A finales del siglo XIV, cuando las dinastías chinas se sostenían en el poder a fuerza de sable e intrigas de la corte, hubo una gran revuelta. En 1368, Zhu Yuanzhang, un caudillo y rebelde campesino, tomó las riendas del poder y fundó la dinastía Ming. Como resultado de este golpe de Estado medieval, se creó un enorme vacío de poder en el vasto reino. Las hordas armadas tenían el mando, pero no la capacidad para dirigir el Estado y los burócratas habían perdido su poderío; pero aún administraban el país y se negaban a obedecer al ?usurpador?, aunque fueran degollados cruelmente. Entonces, el emperador Yung-Le, el tercero y más poderoso soberano de la dinastía Ming, tomó una de esas decisiones desesperadas e inesperadas que hacer cambiar el curso de la historia: en 1403 mandó a renovar la corte y trasladar la capital desde Nan-jing hasta Bei-jing (capital-del-norte), donde él ya había residido. Además, el nuevo mandatario quería tener el centro político del Imperio en el norte para mantener a raya a los peligrosos mongoles. El traslado, no obstante, implicaba construir una nueva corte en Pekín, pero el ambicioso soberano estaba dispuesto a enfrentar el reto y no se escatimaron esfuerzos ni recursos en esa descomunal tarea. Según la antigua cosmogonía china, el emperador era el hijo del cielo y por lo tanto debía vivir en el centro del universo. Por eso Yung-Le ordenó levantar el palacio ?más maravilloso que hubiera existido y que existiría jamás sobre la tierra?, el más vasto y suntuoso que fuese posible concebir. La nueva mansión tenía que irradiar poder para impresionar por igual a los burócratas y los campesinos, a los nativos y a los embajadores extranjeros. Su decreto se cumplió al pie de la letra. Durante 15 años se movilizaron 2 millones de campesinos y 100 mil artesanos para levantar la ciudad más grande del mundo y en el corazón de la capital ubicaron el palacio, cuya construcción demandó 12 millones de ladrillos. Pero mas que de ladrillos, el Gugong se hizo con leyendas, misterios y ritos. La fama del palacio recorrió el mundo. El viajero portugués Emmanuel Diaz recordaba en sus memorias del siglo XVI: ?en el trono de oro, el emperador, habitante principal de ese lugar prohibidísimo, quiere que lo adoremos? parece un recinto infinito, un lugar más para ser admirado que para ser habitado?. Lo que nunca pudo saber Yung-Le es que en pleno siglo XXI el mayor conjunto de palacios jamás levantado sobre la tierra sigue impactando a visitantes de todo el mundo, que, como yo, quedaron boquiabiertos por el derroche de lujo, colores, formas y riquezas. Para esta obra tan sorprendente el emperador recurrió a medidas no menos asombrosas. Como tenía en su contra a los intelectuales, nombró como arquitecto del proyecto a un eunuco vietnamita. A principios del siglo XV en la corte abundaban los eunucos, hijos de campesinos pobres que venían de todo el reino huyendo del hambre y preferían dejarse castrar para servirle al emperador por un plato de comida. Los eunucos llegaron a tener gran influencia y a cumplir funciones claves dentro de la corte, manejaban las intrigas palaciegas e, incluso, algunos lograron a ser más poderosos que los propios ministros. Para entonces la medicina china estaba tan perfeccionada que solamente dos de cada cien morían durante la peligrosa castración. Al comenzar las obras en 1406 el privilegiado eunuco-arquitecto desarrolló todo su talento ingenieril, artístico y filosófico, para crear un fascinante conjunto donde absolutamente todo tiene una estricta razón de ser. Sin embargo, su labor no fue nada envidiable con un soberano tan exigente. El cruel Yung-Le más de una vez le rompió sus planos, por parecerles poco sobresalientes y obligaba al eunuco a empezar de cero. Cuenta la leyenda que la situación se tornó crítica cuando el eunuco esbozó las cuatro torres de vigilancia, una en cada punta de las murallas del palacio. Luego de rechazar los bosquejos dos veces, el emperador montó en cólera. Si el arquitecto no le presentaba un proyecto que le gustase a su majestad, a la mañana siguiente sería ejecutado. Convencido de que apenas le quedaban horas de vida, el triste siervo se dedicó a hacerle una jaula a su pajarillo, su único compañero en tantos días de angustias. No durmió toda la noche trabajando y al otro día cuando el emperador vino a verlo, el eunuco había caído rendido por el sueño y a su lado solamente estaba el dibujo para la nueva jaula. -¡Estas son las torres que yo quiero para mi palacio! ?exclamó el emperador, despertando al eunuco, que aún no sabía que la pajarera le había salvado la vida. Testigos mudos de la leyenda, puedo hoy observar las singulares torres de vigilancia, gigantescas ?jaulas de pajarillos? que en su tiempo albergaron al regimiento imperial. En todo caso el eunuco podo concluir su obra exitosamente y completar en 1420 el maravilloso palacio donde cada color, cada número, cada animal mitológico tiene un significado, un código que muchas veces pasa inadvertido ante ojos inexpertos del visitante; pero que cumple un objetivo según los principios del Feng- Shui (viento y agua), en relación con el equilibrio Yin-Yang, la orientación con respecto al Sol, la dirección del viento y el sentido de los cursos de agua. Ese arte tradicional indica cómo situar casas, edificios, plazas, en armo­nía con la energía vital de la Tierra. CONCEPTO CÓSMICO Como el emperador gobernaba por mandato del cielo, la tríada cósmica estaba formada por el Cielo, la Tierra y el Hombre-Emperador. El emperador era el enlace entre cielo y tierra para traer orden y armonía. Por eso el palacio con su simetría, precepto, jerarquía y esplendor, debía reflejar esa armonía cielo-hombre-tierra.
La corte imperial se extiende sobre el eje norte-sur, para asegurar la simetría y el equilibrio de unos 9 mil pabellones y habitaciones de madera. Las murallas de ladrillos que las rodean tienen la fachada orientada hacia el sur, la dirección por donde llega el sol en el hemisferio norte y que está asociada a la figura del Emperador.
El conjunto se divide en cuatro cuadrantes que representan los puntos cardinales, las estaciones del año y los cuatro elementos. El Este se asocia al Elemento Madera, el Sol, la primavera, y es un cuadrante Yang. El cuadrante Sur pertenece al Elemento Fuego, el Sol intenso, el verano y es el gran Yang. El cuadrante Oeste se asocia al Elemento Metal, el ocaso y el otoño, y es Yin, femenino, por lo que la Emperatriz y las concubinas tenían sus palacios aquí. El cuadrante Norte pertenece al Elemento Agua, al invierno, es el gran Yin. Aquí se levantó una colina artificial de carbón, para proteger a la Ciudad del Chi negativo, los vientos fríos y polvorientos del Norte.
También circulan arroyuelos artificiales, cuyo propósito era atraer la prosperidad y la riqueza. Uno de ellos, el del Behai, corre desde el noroeste hacia el sudeste, es decir, hacia el Sol.
Todos los pozos de agua en el Gugong ostentan claraboyas que permiten que les llegue luz solar (Yang), ya que el agua sin luz era considerada dañina por ser excesivamente Yin. El Gugong está dividido en dos partes. En la Corte Exterior, o zona pública, los emperadores expedían edictos y decretos, y concedían audiencia a los ministros, además de celebrarse las ceremonias y grandes fiestas. La Corte Interior era la residencia privada del emperador, con su esposa y concubinas. Las áreas públicas fueron construidas en números Yang (impares) con materiales y colores Yang; mientras que en las áreas privadas se usaron usando materiales y colores Yin en números pares. Los tejados están repletos de animales simbólicos: los dragones danzantes simbolizan el equilibrio Yin-Yang, los peces, éxito. Los elefantes representan sabiduría; el ave fénix, belleza; los caballos y los leones, vitalidad y fuerza respectivamente. El número de pequeñas estatuillas en cada esquina del techo representaba el estatus social del propietario. La residencia del emperador tenía nueve estatuillas, ya que diez simbolizaban el cielo, y eran usadas sólo en los edificios más sagrados de toda la ciudad.
Siendo la residencia del Emperador, el palacio debía representar la fuerza Yang, masculino, impar. El número que corresponde al supremo Yang es el 9, que en chino se pronuncia jiu y también significa eterno. Por eso el tejado del Tai Hedian, la residencia del Emperador, tiene nueve bordes y el trono imperial presenta nueve dragones, animal de la fuerza y la virilidad, lo que enfatiza la idea de poderío invencible del emperador.
El palacio debía tener solamente 9 999 habitaciones, pues el emperador se restringía a sí mismo en una habitación para dejarle el numero 10 000 al cielo, el poder supremo del mundo. ¡Modestos que eran los emperadores! Modestos y haraganes, pues si se hubieran tomado el trabajo de contar por sí mismos todas las estancias de su descomunal residencia, hubieran comprobado que apenas sobrepasaban las 8 700, una cifra nada despreciable para cualquier mortal; aunque no satisfactoria para las aspiraciones imperiales. El quinto elemento es la tierra-centro, que se representa en amarillo y es el color imperial, por lo que los techos del palacio son amarillos, con excepción de la biblioteca, cuyos tejados negros simbolizan el agua para alejar el peligro de incendio. Quizás el negro de los tejados protegiera al edificio de las llamas. Lo cierto es que precisamente esta biblioteca salvó el saber de cinco milenios de cultura china. Aquí se albergaron los 36 000 volúmenes de la legendaria enciclopedia Siku Quanshu, la cual abarca estudios sobre historia, filosofía, matemáticas, arte, economía y ciencias exactas. Para resumir todo el saber chino trabajaron 300 intelectuales y 4 000 calígrafos, quienes hicieron siete copias idénticas de la enciclopedia. De las siete copias originales, sólo la que guardaba esta biblioteca llegó completa hasta nuestros días. Otro color muy importante es el rojo, destinado a las columnas y paredes como símbolo de la prosperidad. Precisamente ese rojo fulminante de las murallas es el que nos detiene cuando hemos atravesado el primer patio de intramuros y nos disponemos a entrar al recinto del palacio como tal. Primero hay que salvar las altas murallas rojas de la Puerta del Mediodía, cuyos pilotes son aún más altos y en forma de ?U? rodean al visitante y le hace sentirse todavía más pequeño ante la magnificencia de las pagodas que coronan los murallones de la entrada. El efecto teatral es perfecto: los muros emanan solemnidad, admiración y respeto. Se impone la grandeza de los bloques de piedra, la simetría de las pagodas, el brillo de los techos de porcelana y la majestuosidad de las columnas sobre los infelices mortales que pretendemos entrar al próximo patio. CORTE EXTERIOR Una vez dentro, volvemos a quedar perplejos por el esplendor de la nueva escena con los puentes de mármol sobre el arroyuelo artificial de aguas doradas y la Puerta de la Armonía suprema que conduce a otro patio con edificaciones cada vez más deslumbrantes. A medida que nos adentramos en la Corte Exterior, vamos pasando consecutivamente de un patio interior a otro, cada vez más fastuoso e impresionante. El nivel del suelo va subiendo escalonadamente hasta llegar a una base de mármol blanco de ocho metros de alto donde se encuentran las tres grandes salas principales: de la Armonía Central, de la Armonía Preservada y de la Armonía Suprema (Tai Hedian). Esta última es dominada por el trono dorado del Emperador, el punto más alto de todo el complejo arquitectónico. Desde su trono de sándalo a dos metros del suelo, el soberano atendía los asuntos de Estado según un riguroso protocolo. Aquí se celebraba la entronización del Emperador, los monarcas daban audiencias a los ministros y presidían las ceremonias importantes Mientras el emperador permanecía invisible para la aplastante mayoría de la población, decidía sobre el destino de 800 millones de súbditos, que tenían prohibido poner un solo pie dentro del sagrado recinto. En el suelo del Tai Hedian o sala del trono aún podemos ver las losas originales. Son las llamadas ?losas de oro? que mantienen su finura, frescor y brillo de antaño. No son resbaladizas ni ásperas. Su alta calidad, su sonido encantador cuando se les tocaba y su color dorado las ha convertido en leyenda. Se elaboraban especialmente para los emperadores y requería para su fabricación de arcillas especiales, complicados procesos y una cocción en el horno por 130 días consecutivos. Esas técnicas de elaboración se perdieron con el tiempo, pero tras muchos años de estudio y experimento, se ha logrado recuperar el secreto. Junto al Tai Hedian, 18 grandes tinajas metálicas de agua debían proteger el palacio de los fuegos. En invierno estas vasijas se calentaban para evitar que el agua se congelara y fuera utilizable en caso de incendio. Sin embargo, todos los esfuerzos por salvaguardar la tan valiosa armonía imperial sufrieron un duro revés. Corría el 1 de febrero del año 1421 y había fuegos artificiales en el cielo. En la entrada aguardaban 10 000 miembros de la Guardia Imperial, vestidos con lujosas capas y uniformes confeccionados en seda. A la gran fiesta fueron invitados embajadores de numerosos países que se postraron ante la figura del Emperador que inauguraba el palacio más majestuoso y gigante de su época. Yung-Le pensó que había alcanzado para siempre su sueño de poder ilimitado, pero entonces ocurrió algo terrible. Cuatro meses después de terminadas las obras, un rayo cayó precisamente sobre del Tai Hedian y produjo un gran incendio, y destruyó cuatro de los nuevos edificios. Yung-Le interpretó eso como que estaba perdiendo el Mandato del Cielo, por lo que canceló algunas celebraciones y dio marcha atrás en algunas medidas que había adoptado recientemente. El incendio El Tai Hedian sirvió para poner freno a las euforias imperiales. CIUDAD PROHIBDA Detrás de los tres grandes pabellones llegamos a la Corte Interior con las habitaciones privadas del Emperador. Está formada por un laberinto de patios lujosos y lugares de recreación y descanso. Con sus cuartos, galerías, jardines y fuentes, la zona privada es mucho más acogedora, aunque menos espectacular que la Corte Exterior. En occidente erróneamente se le llama ?Ciudad Prohibida? a todo el palacio, pero la verdadera Ciudad Prohibida es solamente esta parte privada que debe su nombre al restringido acceso. Allí solamente podían entrar el soberano, su familia, sus concubinas y los eunucos, Es decir, el único varón fértil en el recinto era el propio emperador. Incluso, los príncipes debían abandonar la Ciudad Prohibida al cumplir los 12 años. En la zona norte, se encuentra el Palacio de la Ancianidad Tranquila y el de la Pureza Celestial, que fueron los dormitorios de algunos de los emperadores Ming y luego pasó a ser sala de audiencias. El emperador almorzaba y cenaba solo en sus cuartos privados, y para asegurarse de que la comida no estuviera envenenada, un eunuco estaba encargado de probar cada uno de los platos. El pobre emperador también tenía obligaciones nocturnas, pues cada día debía pasar la noche con una concubina, lo que no estaba exento de ceremonias. Sobre una mesa junto al dormitorio imperial los eunucos ordenaban las tabletas de jade con el nombre de las esposas y concubinas escrito bocabajo. Para seleccionarlas, el emperador volteaba la tableta con el nombre indicado y la dejaba sobre la mesa. El jefe de los eunucos buscaba a la feliz elegida y se la llevaba al cuarto lista para consumir: envuelta en una túnica roja, ya desnuda, depilada y bañada. Entonces la arrojaba a los pies de la cama y la mujer sumisa buscaba el abrazo imperial. Algunas de las concubinas procedían de las mejores familias del Imperio, mientras otras eran regalos de soberanos extranjeros. Según la cantidad de veces que una concubina fuese elegida, mayor era su nivel de reconocimiento social. Las más desdichadas jamás llegaron a ver al emperador, pese a haber vivido toda su vida en palacio. En este suntuoso encierro del Gugong habitaban unas 9 000 personas, entre guardias, eunucos, concubinas y toda clase de funcionarios en una red de intrigas, codicias y lujuria. Desde el ?centro del mundo? gobernaron 24 emperadores de la dinastía Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911) aislados del mundo exterior. Esta jaula de oro fue la residencia oficial del Hijo del Cielo hasta que en 1911 llegó la revolución china, y dejó sin palacio y sin trono a las viejas dinastías imperiales. Terminamos el recorrido y me doy cuenta de que medio día apenas alcanza para empezar a adentrarme en las historias que encierran el Palacio Imperial y su Ciudad Prohibida. Abandono el Gugong, declarado Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, con ganas de regresar a seguir explorando los rincones del palacio más grande de todos los tiempos. Hoy existe en Pekín otra Ciudad Prohibida muy moderna, que acuna a los nuevos emperadores en el año del Beijing olímpico. También en medio de intrigas y luchas por el poder, aislados del pueblo y sin contacto con la vida real del país, los funcionarios de hoy deciden los destinos del Estado más poblado del planeta. En la nueva jaula de oro los burócratas del aparato de gobierno y los dirigentes del partido disfrutan de sus privilegios a puertas cerradas, protegidos por otros muros que se alzan no lejos de viejo Palacio Imperial. Pero eso ya es otra historia?

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