He visto su espalda y poco más. Unas manos descuidadas y con grietas se aferraban al volante. No había fotografías de esas "no corras, papá, o no corras, mamá". Tampoco muñequito bailón pegado al cristal con ventosa. La radio no estaba encendida.
La conductora miraba insistentemente al espejo retrovisor. Me ha parecido raro pero no le he dado importancia. A los pocos minutos, me ha dicho: "Perdona, puede que me equivoque, pero me recuerdas muchísimo a una compañera mía de colegio, del Sagrado Corazón. No serás Consuelo García del Cid?".
-Sí ¡¡ -he respondido, eufórica-. Soy yo ¡¡.
El taxi se ha detenido en un semáforo y ella me ha mirado. No la reconocía. La he observado, sonriendo, pero no daba con su nombre. Tampoco identificaba aquel rostro.
Ha sido ella quien me ha tenido que decir su nombre, que aquí será Elena Gómez.
-"Soy Elena Gómez -ha dicho-. No te acuerdas de mí?".
Mi cara creo que ha cambiado de color. Elena...cómo no iba a recordar yo a Elena Gómez, la primera de la clase, la de tantas matrículas de honor, doña perfecta, la que se reía de mí, de todas mis cosas, la que me dijo una vez : "Nunca serás nadie, nunca llegarás a nada". La que se despidió insultándome cuando me expulsaron por fumar en los lavabos, la que me llamó puta, descreída, imbécil, provocadora, manzana podrida ...
Mi silencio hablaba por sí sólo. Ya no sonreía. Ella tampoco. Entonces me ha dicho:
"Bueno, siempre nos llevamos bastante mal. Pero parece que a tí te ha debido ir muy bien".
-¿Por qué? -he preguntado yo.
-No hay más que verte, Consuelo. El taxi huele a tu perfume, que no sé cuál es pero debe ser carísimo. Llevas un traje de chaqueta de marca, tus medias valen un pastón y el bolso es de Guzzi ...
-Elena -he contestado, molesta- te equivocas, como hace más de treinta años. El perfume es un regalo de la Navidad pasada, el traje de chaqueta tiene más de una década,el bolso me lo compré en Estambul por menos de cuarenta euros y las medias son de un mercadillo de Badalona. Y vengo del banco donde acaban de negarme la financiación para poder sanear mi empresa ...
-Empresaria ... -ha dicho con retintín- . No me extraña nada ...
Estaba a punto de enfadarme y salir del taxi pero he decidido no hacerlo. Le he dicho:
-Pues debería extrañarte, porque me dijiste que nunca sería nadie ni llegaría a nada, sabes? lo recuerdo perfectamente. Eras la mejor, la primera de la clase, la más sabia, la que coleccionaba sobresalientes, y te dedicaste a amargarme dos cursos. Yo nunca me burlé de tí, nunca, Elena. Pero tú no me dejaste en paz.
Y acto seguido, pisándome las palabras, me ha contado que no tuvo suerte. Su padre murió dejando una empresa al borde de la quiebra y su madre tuvo que ponerse a trabajar.Ella se enamoró de un colgado enganchado a la heroína y terminó enganchada también. Hace unos diez años que salió de Proyecto Hombre y se metió a taxista con la licencia de su hermano.
-Ya ves, la que no ha llegado a nada soy yo, Consuelo.
Tenía los ojos húmedos. Yo también. Ha sido como una regresión a la adolescencia que me ha hecho reconsiderar el pasado. Elena Gómez me lo hizo pasar muy mal, pero era ella la que en ese momento lo estaba pasando peor.
Mi despacho está muy cerca del colegio. Sabía que forzosamente pasaríamos por delante. Qué ironía.
-Frena, Elena -he dicho-. Frena, coño. Para delante del colegio. Escúchame, mujer: Has salido de la droga y eso es muchísimo. Eras una verdadera cabrona, la verdad. Yo no te soportaba y no sé por qué te dedicaste a joderme tanto. Las matrículas de honor se quedan en un libro de escolaridad, no son nada. Ya ves, lo mío eran todo suspensos. Nada de lo que se memoriza sirve si no se lleva a la práctica y todos podemos torcer la vida por distintas causas. Lo que no cambiará nunca es que has hecho dos grandes esfuerzos, y yo sólo uno.
-No te entiendo, perdona ... -
-Sí, Elena, sí. Tú estudiaste, eras una verdadera empollona repelente. Pero estudiaste mucho, y yo no. No quería, no me interesaba, no me gustaba. Y me he comido mucha mierda. Estudié cuando ya era muy mayor. Además has salido de la droga, y eso supone una gran fuerza de voluntad y muchas ganas de vivir. Son dos esfuerzos enormes.
El colegio sigue teniendo la misma fachada. La verja del patio estaba abierta y se veía a las niñas jugando. Los delantales siguen siendo del mismo color. Han pasado muchos años, pero allí estábamos Elena y yo, paradas en la puerta. Puede que muchas de las monjas que nos dieron clases hayan fallecido. Nosotras no.
-Te regalo la carrera -me ha dicho Elena.
-Lo acepto si me dejas que yo también te regale una cosa -he respondido-. Y le he dado el frasco de perfume.
El taxi de Elena me ha dejado frente a la puerta de mi empresa. Nos hemos abrazado y ella se ha despedido, diciéndome: "Qué huevos tienes, Consuelo".
Intentando no caer en la lágrima fácil he repetido sus mismas palabras: "Qué huevos tienes, Elena".
Antes de desaparecer he levantado el pulgar, mirándola, haciendo esa señal inconfundible de acuerdo, afecto, recuerdo y cercanía.
Me he sentido de puta madre porque ahora sé que Elena Gómez es una mujer de puta madre.