Las casualidades no existen. En ocasiones, y sin que lleguemos a entenderlo del todo, aparecen con forma de gran oportunidad. Una persona. Un lugar. Un lugar. Una persona. Desconocemos la influencia que puede tener en nuestra vida cuando abrimos las puertas exteriores y nos presentamos. La galería conoce todo tipo de brillos, vestimentas, música de fondo o accesorios. Pero todo aquel que permanece, acaba mostrando su interior real. Llora si tiene penas, se divierte contigo, comparte su equipaje antes de arrastrarlo como peso pesado que carga su pasado. Te ayuda y le ayudas con cualquier tipo de asunto necesario. Alivias su ansiedad. Te acompaña y está. Presente. Permanente. Aunque el tiempo se reduzca a nuestro particular sistema métrico decimal. Importa lo que sientes. Lo que te acerca, escucha, comparte y obsequia de todo corazón.
Opinión | 08 de octubre de 2010 Consuelo G. del Cid Guerra
Natural. Espontáneo. Cotidiano tal vez. Y en esa acercanía se adentra el alma, en paz. Agradezco el momento en que atiendo las búsquedas. Bendigo los encuentros. Acepto virtual.Mente esa oportunidad. No importa dónde esté. No pregunto qué pasa, qué quiere, ni quién es.
El destino es el riesgo. Confiar y empezar. Partir de un cero mágico más allá de la lógica. Saltar todos los montes. Sonteír al azar. Coindicir, compartir, explicar, navegar con los duendes y las hadas más sabias. Contruír el afecto aceptando primero. Ceder el gran asiento que contempla la luna, allí donde se cuentan las puntas de los astros. La razón de la lluvia. Esa conversación. Nuestra complicidad.
Jamás será lo mismo un trono que tu silla. Los reyes y las reinas que acompañan jornadas, lo son cuando se eleva ese trozo de pan con forma de regalo que se entrega sin más. Te querrán si les quieres. Se partirán la cara ante cualquier intruso que pretenda ensuciar la primera querencia.