Se dice que donde fueres haz lo que vieres. Pero nadie explicó nunca qué hacer cuando vas a la fuerza. Supongo que eso es exactamente lo que se entiende por ser extranjero. La tierra madre o la tierra extraña. Podrás adaptarte a una costumbre e incluso a los pilares básicos de sus palabras.
Sentirás una presión casi académica sobre tu pequeño y estúpido cerebro, de repente infantil, macabro o ágrafo. Analfabeta de la gran construcción.
Caligráfica. Imperfecta. Aislada. Terriblemente sola en un desierto ajeno, impropio de ti mismo porque ya no eres tú.
Ser y estar. Los verbos básicos. Incertidumbre dura. Flotas sobre un espacio extraño que no se corresponde. Tu cabeza da vueltas echándote de menos. No hay más.
Aparece el reproche permanente y constante. La falta de interés, la falta de respeto. Miras como una imbécil el despliegue de labios y piensas en doblar cada conversación. La intensidad te observa y agudizas al límite esa capacidad. Sabes cuándo te mienten aunque no les entiendas. Sientes llegar el paso de la bondad precisa. La sombra de lo malo. A veces hasta piensas que no lo soportas más. Avanzas hacia atrás tu paso agigantado.
Un monumento enorme te quiere saludar. Las calles repetidas constituyen un barrio. Estás fuera de ti. Triste, casi humillada. Un puente cuyas aguas te invitan a saltar. Anónima. Con esa sorprendente y gran dificultad.