Cuando apareció por primera vez, vestida de blanco con aquel traje pantalón, parecía una persona normal y casi cercana, pero se está alejando despacito para dejar muy claro que es princesa. No soy monárquica, cosa que no ayuda mucho al asunto en cuestión, y me molesta, eso sí, el presupuestazo de la casa real que se destina a toda la familia de Letizia: Coches, seguridad privada, trajes, etc. Y eso lo pagamos entre todos.
Se dice ?supuestamente- que es anoréxica, y lo creo porque no hay más que verla. Muslos como palos, cara consumida, bracitos tipo hueso de pollo que disimula hábilmente con media manga de monja, al borde del codo, muy años cincuenta. Habla poco, lo justo, pero siempre sonríe como si le fuera la vida en ello. No será un modelo a imitar porque le falta gancho, se ha vuelto estirada, distante y rápida. Es guapa, eso sí, muy guapa. Menuda y atractiva. Sólo nos falta que un día nos cuenten que trabaja, ficha a las ocho y cobra su nómina. Será todo lo periodista que quiera, divorciada, ex independiente, pero no es del pueblo. Ya no. Ha crecido, sabe estar y se hace respetar, claro que no queda otra, cualquiera se atreve a soltarle un soplamocos. Será reina y de hecho ya está reinando a su bola. No creo que se realicen grandes cambios cuando le toque.
La corona es la corona, si persiste, y por muchas obligaciones que tenga su majestad, vive como una diosa. Puede que no como quiera, pero como una diosa. Sus niñas son monísimas y quedan de maravilla en todas las fotos.
Hace poco leí en una publicación que está ahorrando, consciente de la crisis, y recicla sus trajes de noche. Una costurera real (o irreal, ni idea) se los transforma y hasta le pone polisones. De una forma u otra, siempre será quien ha conseguido ser, no se puede llegar más alto, de periodista a princesa, y de princesa a reina.