Toros

Toros

?Bailar a muerte con un toro tiene una verdad: la muerte. Esa es la dificultad que impide a quien no esté dispuesto a morir ser protagonista. Pero la esencia no es la muerte, sino el arte: esa capacidad del hombre para crear sentimientos en el albero al hilo una coreografía inmediata, brillante, efímera y exclusiva bailada sobre la cuerda floja que se tiende entre los dos pitones de un toro bravo.?Adolfo Suárez Illana.

Opinión | 16 de marzo de 2010
Consuelo G. del Cid Guerra

El toro de lidia nace para ser matado. Esa forma de muerte creada por el hombre, se convirtió hace mucho en fiesta nacional. El toreo a pie surge cuando Felipe V de Borbón (1700-1746) consideraba la fiesta un espectáculo cruel, por lo que se abandonaron las plazas y el toreo a caballo. El pueblo no estaba de acuerdo y creó la fiesta dando un primer paso hacia la revolución apoyada por el motín de Esquilache durante el sigo XIX.

 

Por tanto, fue la plebe y no la nobleza quien defendió a los matadores de toros, llegando a dar carácter real a las corridas, que se anunciaban con protocolo y solemnidad. El primer torero muerto fue José Cándido, que cayó en la Plaza Real del Puerto de Santa María (Cádiz), un 23 de Junio de 1771.

La historia está compuesta de toros y toreros muertos. Es una lucha a sangre, cuerpo contra cuerpo. Salvaje como el propio animal, y temeraria durante todos los minutos que transcurren mientras el público jalea los pases. La imagen brillante del llamado traje de luces, acompañado del capote, ha sido el reclamo turístico de España y continúa siendo un importante gancho representativo tradicional. Es, en efecto, un espectáculo multitudinario en el que se brinda al toro, montera en mano, con unas palabras cortas dirigidas a la persona elegida, casi con forma de oración final y al mismo tiempo guerra inicial: Que mate el mejor. Un morbo definitivo acompaña la fiesta, que representa al macho, el orgullo, la valentía y el arrojo. Conceptuar sus calificativos según el criterio de cada uno siempre es relativo. Para los antitaurinos estaríamos  hablando de maltrato animal en todas sus facetas, un maltrato continuado de tortura en la que el toro puede parecer indefenso, acorralado e incluso burlado. De hecho, la palabra ?burladero? describe el lugar donde se esconde el torero cuando la situación entraña peligro inminente. No se puede negar la evidencia, como tampoco la suerte del matador. Filósofos, periodistas, escritores y poetas han ensalzado durante siglos el toreo. Puede que resulte un tema fácil, casi socorrido. Campanas de gloria que suenan a muerte, eternos mitos con nombre y apellidos acompañados de apodos puestos sobre el toro : Asesino cuando mata, asesinado cuando le matan, pero en todos los casos muerto.

Alrededor de todo ello existe un negocio millonario que parte de las ganaderías.

Existe una escena determinada en la película de Pedro Almodóvar : ?Matador?. Un chico que quiere ser torero se presenta ante un supuesto apoderado, y para demostrar su hombría, se clava un tenedor en el muslo sin inmutarse. La sangre corre lentamente sobre su pantalón mientras el otro sonríe. No deja de ser comparable a los cilicios que continúan colocándose algunos religiosos extremos ofreciendo su sufrimiento a Dios. Ignoro si se trata de una sangre inútil, pero probablemente sí sea una sangre enferma, dispuesta a derramarse a cambio de algo íntimo, retorcido, incluso psicópata. El lado opuesto quizá se encuentre en esas corridas públicas donde la herida adquiere sentido, el sufrimiento se goza y la fuerza se presenta como el máximo protagonista, tan absoluto como héroe, llevado a hombros durante el llamado paseíllo si ha alcanzado su máximo reto : Las dos orejas y el rabo. Esa última mutilación es el signo de la victoria.

Pañuelos blancos agitados por el público piden en ocasiones un perdón absurdo. No basta con ver, es necesario entender. Y de ese razonamiento parte el taurino o antitaurino. Entiendo que cualquier postura es respetable y ambas partes contienen argumentos de sobra para defenderse.

Sin embargo, hay algo que no cambiará jamás : La indefensión definitiva de un torero muerto y la muerte del toro.


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