Peor están otros

Generalmente, aquellos que no se dan cuenta de su situación me parecen unos individuos a los que intento esquivar, huyo de ellos como de una venérea, y esto es así por la sencilla razón de que los necios (vayan a la etimología, ne scio), a diferencia de los mentirosos, los mendaces, o los fatuos, sólo pueden serlo por defecto inicial o de fábrica, lo que quiere decir que su comportamiento no viene motivado por según qué parámetros: no se les puede ver venir. No ser consciente de un defecto, de una adversidad, de una falta en la que se incurre, de un desastre que se avecina, de la cantidad de desgracias que pueden darse por los errores propios dice, en un principio, muy poco (o mucho, según se mire) del sujeto de análisis en cuestión, no puede uno quedarse impasible como si nada pasase, como si todo fuese a resolverse solo. Conocer el problema es la fase inicial e indispensable para su solución. Al fin y al cabo, como en aquella frase de Mingote, un pesimista no es más que un optimista bien informado.

Opinión | 01 de marzo de 2010
Domingo C. Ayala

En los últimos días he encontrado ejemplos que me hacen reflexionar (y ?algo mucho más preocupante, incluso triste? llegar a conclusiones de calamitoso resultado) sobre el tema anteriormente citado. No estoy seguro de que todos tengan la misma dimensión en el ámbito de los afectados, porque a ninguno conozco de primera mano, pero sí puedo opinar sobre las reacciones que estos ejemplos han suscitado en el entorno en que me muevo, en algunas radios que escucho, entre amigos con los que converso o, sencillamente, entre la opinión general. El primero tiene que ver con el cacareadísimo asunto del retraso de la jubilación (indecente es la única palabra que se me viene a la cabeza) y la elevadísima tasa de paro. Conozco jóvenes que no han trabajado en su vida y sin embargo se sustentan de las más variopintas ayudas y, por contra, (para mi desgracia, ejemplos de primera mano), personas que tras más de cuarenta años sacrificados, explotados en algunas ocasiones, desencantados de todo lo que ha rodeado sus condiciones laborales, a los sesentaymuchos continúan lidiando con la precariedad laboral y castigados por los atropellos de empresarios sin escrúpulos, mendigando la posibilidad de un retiro digno y más que merecido. A algunos sólo se les ocurre que den gracias por seguir trabajando. Por medio, un gran triunfador en su campo como Ferrán Adriá anuncia su voluntad de pasar dos años sabáticos (quién sabe si los dos años se prolongarán, quién sabe si lo harán eternamente) y, a la semana siguiente, un compañero, Luis Adúriz, ve cómo su cocina se desintegra pasto de las llamas de un incendio. El ejemplo de mayor escarnio lo suponen unas declaraciones del anterior ministro de economía, don Pedro Solbes quien, ante la más que calamitosa situación económica de Grecia, defiende la ?relativa? situación calamitosa de España, arguyendo que ambas crisis ?son incomparables?. Alguien debería explicarnos a los que no tenemos el doctorado en Ciencias Económicas, y a ser posible con palabras que no abunden en la perisología, en qué consiste la pretendida diferencia.

Estos ejemplos, traídos a mano de una actualidad reciente, me dejan una sensación equívoca acerca del relativismo de diversas cuestiones. Suele considerar el refranero que la abundancia de males no es consuelo más que de los tontos, pero es posible que esos tontos y los que no son considerados tanto se alivien a menudo desdramatizando sus condiciones adversas a través de la comparación con otros que lo pasan aún peor, como si no ya la abundancia de catástrofes, sino la desigual dimensión de ellas, pudiese aplacar las necesidades, las carestías y las congojas de quien ve cómo su casa tiene goteras mientras la de su vecino h tenido que ser desalojada por la inundación. Cuestión de matices


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