Se supo talismán, color de mariposas, miriñaque indebido. Y pasada de moda aventuró su guardia camino de los parques. Grandes piratas verdes que cortaban el pelo al césped de la entrada su estrecho pasadizo. Que rascaban al muro una caliza helada, polvo de piedra noble, cáscara de castañas, mordisco a los piñones con algo que objetar en pleno invierno.
Opinión |
21 de diciembre de 2009Consuelo G. del Cid Guerra
La mañana del ocio se hace larga. Combustible y tan rápida como la escasa cera de unas velas pequeñas clavadas al pastel. Por ahorrar las decenas se concluyen los números más gruesos, es más fuerte esa llama, sabedora del todo y dueña de ése deseo universal al día. Nos entendimos mal. Nos quisimos con prisas.
Aniversarios breves y anillos de latón, chapados a la antigua. Desde cuándo no hay baile, un vals de strauss furioso rodeando la sala sin tropezar con muebles que no tienen sentido.
Aquella cornucopia. El confidente rojo. Las sillas de Damasco donde has sido reina, el tafetán, tus pliegues, su aliento de borracho. Camafeo y marfil, cuello de cisne erecto, cintura encorsetada, faja en el bajo vientre. Tejido epitelial por tapiz y sudario. Han bajado las carnes formando un pleonasmo que tus noches no tienen. Falta de fósforo, calcio y demás vitaminas que añadir a una intriga inexistente.
Se dejaba tocar por todo aquel espasmo, socorrer sin peligro, acudir a los lobos que aún de cachorrillos no sabían beber. Aulló por todos ellos, se deleitó en el fango, y a cuatro patas él se dispuso a romper toda geografía. Elevados sus senos, sudorosa en el bosque por el monte de Venus. Lloraba la torpeza de un escolar perdido acusando suspensos. Rezos y disciplina, caudal de los conversos, audacia sublingual, falsa, quebrada, cópula de papel. Recortable y cortada.
Al color de un brasero que jamás fué encendido, contra la norma, encinta, rompió aguas un martes, mientras el almanaque parecía indicar el nombre de las madres por los partos del mundo. Naturales. Haz de luz referente, neón imprevisible, heroína vital. Sobre un mármol caliente depositó su gesto. Sonreía sin más, no le importó su sexo. Se supo concluída, feliz y consagrada. Había sido enorme, trascendente, vital. Sintió que lo era todo y todo lo tenía. Se durmió entre sus brazos. Respiraba a través de un amor tan posible. Tan excelso, tan largo, tan sumamente hermoso. Página de sus páginas, manto entrañable, limpia, voluminosa, virginal, atrevida y fugaz.