Sólo por hoy, tal vez mañana. Nadie le deseó buenas noches. Tampoco los buenos días. Un manto de hielo con forma de Diciembre paseó por su rostro. Los primeros coches invadían las calles lentamente. Abrió unos ojos que parecían tener candado, como si fueran de otra, ocupados y oscuros. Retiró los cartones. Se hizo a un lado como si alguien la mantuviese detenida durante el amanecer, a punto de levantar un ánimo inexistente. Busco la única razón posible de su nombre : Rocío, y sujeta a lo real, se frotó contra las gotas que quedaban sobre el césped, a punto de estraviarse, víctimas de una aurora más.
Opinión |
19 de diciembre de 2009Consuelo G. del Cid Guerra
Su forma adoptada al dormir apenas se distinguía con sus desacostumbradas maneras de vivir. Encogida, abrazada a sí misma en postura fetal. Abrigándose, terca, con papel de periódico pegado a las costillas, se ató con cuerda de pita, áspera y prisionera sobre una libertad tan sumamente intensa que le escocía por fuera y se mostraba en pústulas picantes, marcas de la pobreza más allá de lo propio, abandono presente, tierra de más, ausencia entrecortada como el gélido vaho, bajo cero. Madrugadora, justa, convencida pasión entre los pálpitos de un vientre que arañan los enanos delicuentes del hambre. Y es entonces, justo entonces cuando ya no se puede pensar en otra cosa. Envuelta en mil noticias tan ajenas al tiempo que aún silba su única canción, siempre la misma, hinchando el globo interno de su boca y apretando los dientes salvados de una ruína inevitable, cocida en piorrea, desgaste personal. No abría ya la boca excepto para el bostezo o tos, reacciones internas que afloraban más tarde de lo que debería. Escondida en el quicio de un rincón demudado, inútil, su pereza, confundibles las muelas con las teclas del piano que acompasaba, lánguida, su cajita de música irreal.
Levántate, Rocío, repetía su estampa. Aún sin la hora exacta, empujada hacia atrás, en un juegode luces terminables por tanta oscuridad, ruído feroz de bestia conocida, más dedos que contar, cuatro trapos de abrigo quebrando una figura que nunca tuvo más.
Una cuchara a tientas se soñaba las tazas, tenedor con pestañas, plato por ensuciar. Busca el humo hecho olor, su verguenza, el hedor, se atusa como puede la raya horizontal perdida entre la grasa de una larga melena que no se reconoce. Ya no es guapa ni fea. No sabe rechistar, ha perdido la estrella que dibujaba el norte, el oremus, la herencia, su posibilidad. El fondo sabe a gris, a encaje negro y viudo, a mansión que no estuvo, acordeón palpable ante aquel ruiseñor que se vistió de olvido, mirándola de cerca, y a lo lejos las bocas para reírle a ella tanta desgracia torpe, todo su malestar, lágrimas, sopa, un corte mal avenido rasgando la razón, por qué, dios mío, dime, por qué sin nada más.
El dique, la metopa, superviviente a tientas, menuda y destructora meciéndose hacia atrás. Con su cara de loca perdiéndose los pasos, las cuencas por entraña, pinchazos y desorden. Le pregunté hace mucho por aquella canción. Me respondió su nombre.Supe que nunca, nadie, la había mencionado.
-Rocío... dije entonces. Y me empezó a cantar:
"Júrame
que aunque pase mucho tiempo
nunca olvidaré el momento
en que yo te conocí ..."