Mientras hacía realmente el imbécil (también sin ironía), reíamos y demás? se abalanzó sobre mí un coche de policía.
-¿Qué hacen? ?preguntó.
-Nos lo llevamos. Hemos presenciado un acto de violencia de género.
-No ha hecho nada ?dijo ella-. Si estábamos de broma.
Los policías actuaron ?de oficio?, o eso dijeron.
Intentaré a partir de ahora no emplear la ironía salvo si alguna vez me refiero a algún policía superdotado.
Me llevaron a la comisaría esposado y allí me retiraron las pertenencias y no hicieron ninguna lista de nada. Cuando me tomaron las huellas dejé de pensar que aquello era una broma pesada.
No tengo que decir que no medió denuncia alguna. Es más, mi novia se personó en la comisaría para decir, por activa y por pasiva, que no había hecho nada salvo gritar en la calle.
-¿Necesita una psicóloga para darse cuenta de la situación?
-¡No necesito nada! ¡Suéltenle!
-Debe denunciarle.
-Les repito que no ha hecho nada: ¿de verdad está detenido?
-Debe denunciarle o no tiene derecho a nada.
Total? que se marchó sin poder hacer nada.
-Tiene derecho a una llamada ?me dijeron muy al estilo Hollywood.
-¡Por fin! ¡Quiero llamar a mi madre!
-Nosotros lo haremos, pierda cuidado.
Huelga decir que nunca hicieron la llamada. Algunos días más tarde, y ya en presencia de una abogada, me confesaría:
-No lo hacen nunca.
Cuando estaba en presencia de los agentes de policía fue cuando ?creo- firmé mi condena. Parecían sacados de la serie: ?Chulos en el Barrio de Salamanca?. Mascaban chicle y uno de ellos llevaba la melodía de Corrupción en Miami como melodía en el móvil. Soy escritor y me invento las cosas, pero juro por James Joyce que esto es totalmente cierto. El tipo caminaba como si acabase de disfrutar del sexo con un caballo (el policía hizo de mujer) y tenía tal aire de seguridad y estupidez que no pude reprimir la sonrisa:
-¿De qué te ríes? ¡Te vamos a empapelar!
Y así hicieron. Necesitaron cinco intentos para tomarme las huellas porque parece ser que eso requiere un cociente intelectual de al menos 70 puntos y, claro está, un policía con semejante poder y erudición no se encuentra todos los días.
Una vez alguien me contó lo que creía que era un chiste: ¿Por qué los policías van de dos en dos? Porque uno tiene que apuntar, el otro está para cuidar al que sabe leer. Una joya así no se encuentra todos los días.
Esto no parecía un chiste en aquella comisaría, sino una especie de dramatización documental de la involución de la especie. Me di cuenta de que los policías y los delincuentes hablaban exactamente igual, que no había diferencia alguna entre sus expresiones (salvo que los policías te hablaban de usted, necesitaron dos años de academia para semejante despliegue verbal).
No me acusaron de nada ni me dieron explicación alguna. No podía creerme aquello y pensé que en algunos minutos me liberarían y que todo quedaría aclarado. Mientras, mi novia lo intentaba, pero claro? ¿para qué vas a escuchar a nadie cuando tienes una placa y una porra y una pistola y un papel que te acredita como ?retrasado mental??
-Hay que ayudar a los que no llegan- me dije en silencio mientras me encerraban bajo una especie de ley antiterrorista para un juicio rápido. En aquella celda no había luz alguna salvo una leve que se filtraba desde el pasillo. No había reloj ni se podía de ninguna manera saber la hora. No me permitieron ir al servicio hasta la mañana siguiente. Podía escuchar como algunos otros presos defecaban y se orinaban ante las llamadas omitidas por los agentes.
No es que quiera ser grotesco, es que por una vez no pretendo ser irónico (qué podría decir algo así como? la orina llenaba mi corazón de recuerdos y los insultos a la policía prendaban mi alma con el tono ocre de la libertad). Sea del tono que sea, se habían pasado por (ejem) todas las leyes y toda mi educación de cine americano.
Por la mañana o por la tarde o en algún momento indefinido del día hablé con una especie de abogado de oficio que el Estado tuvo a bien disponer (sí, lo de escribir Estado con mayúscula es por no cometer ninguna falta, no por muestra de respeto).
-Yo de estas faltas modernas no me entero.
Ahora haremos como en esas películas, cuando se dice lo que se debería decir que no se ha dicho porque no te atreves:
-¿Entonces cómo (ejem) me vas a defender?
-No hay denuncia ?dijo el abogado medio riendo-, y te deberían haber dejado salir? pero alguien ha hecho algo mal y te tienes que quedar aquí.
-¡Pero si no he hecho nada!
Por allí andaba una especie de comisario que me dijo que él no iba a decir que un compañero había hecho algo mal pero que (y esto lo dijo entre dientes) podría ser que fuese que sería que cuando saliese de aquel estercolero pudiera tener derecho a hablar de ?detención ilegal?. No se me pasaba siquiera por la cabeza: ¿se imaginan a siete subnormales armados y con ganas de pelea esperándome a la puerta de casa cada vez que saliese? Sí, señores, ellos conocen tu dirección y son (ironía) bastante ?juguetones?. Mejor, creo, no denunciar.
Al lado de mi celda había una chica embarazada, o al menos eso decía. No debía ser su primera detención ya que insistió bastante. No le hicieron caso hasta la mañana siguiente.
-¡Haberlo dicho!
-Se lo dije al otro policía, pero no me hizo ni caso.
Hasta aquí podemos hacer una contabilidad pequeña sobre las normas que se ha saltado la policía y las que me salté yo:
Yo: grité por la calle y me reí de un superdotado.
Ellos: no hay reloj, no hay luz, no me dejan ir al baño, no hacen la llamada, no atienden a una mujer embarazada, detención ilegal?
En fin, parece que estos tipos buscan el triplete o algo así.
Total? que ya me empezaba a sentir algo mal, no sé muy bien si por los llantos constantes que escuchaba mientras intentaba conciliar el sueño (por cierto, no había cama el primer día y cuando me dieron una colchoneta olía sospechosamente como ese líquido amarillo que no es whisky). Era como un ligero cosquilleo que ?me dije- sería debido a los nervios.
Lo cierto es que no me derrumbé en ningún momento ni me puse a insultar a nadie. Diría que no es mi estilo (que sí que lo es) pero me sentía como Luis XVI ante la guillotina: usted primero, por favor. Aquella especie de cavernícola se pavoneaba y de vez en cuando te daban unas galletas para comer. Desde luego, no pensaba comer eso:
-¡Narices, galletas! Si parece que estamos en París.
No podía creerme semejante lujo y despilfarro asiáticos mientras escuchaba el suave transcurrir del líquido que no es whiskey de algún caballero cercano caer contra el piso.
Me sentía cada vez peor.
Finalmente me metieron en un furgón y parece ser que fuimos de comisaría en comisaría recogiendo presos. Nos iban tirando y nos llevaron a los juzgados.
Allí, y lo digo en serio, y ya con la Guardia Civil de por medio, las cosas comenzaron a tomar cierta sensatez. Nos dejaron fumar y nos trataron con amabilidad. Me contaron algunas historias semejantes a la mía:
-¡Les dije que no quería salir del coche porque todo estaba bien y me encerraron!
El tipo tenía todos los papeles en regla, pero al final le confiscaron el vehículo y pasó, como yo, dos días entre rejas. Eran todas las historias similares a ésta: todos los que estábamos allí saldríamos sin problemas, pero lo cierto es que nos pasamos dos días en un lugar bastante peor que la cárcel sin haber hecho absolutamente nada.
Otro era un tipo al que ya habían detenido varias veces porque había tenido un juicio del que salió absuelto. La burocracia había fallado y alguien no entregó un papel a otro que se olvidó? el tipo entraba y salía y se pasaba dos días en la cárcel porque la sentencia no se hacía efectiva.
Me contaron decenas de casos y todos ellos estaban ahí para hacer perder el tiempo al juez. Iba a salir de allí en pocas horas. Mientras, hablaba con un guardia civil bastante majo:
-¿Cómo ha quedado el Barça?
-¡Ganó!
-¡Bien! ? le dije.
-¡Mira que te volvemos a encerrar por ser del Barça!
¡Si hasta estaba contento después de todo aquello! Finalmente me absolvieron en un acto de sentido común (porque parece ser que los jueces empiezan a no hacer demasiado caso al testimonio de la policía) y aquel mismo día salí por Madrid a celebrarlo.
Me volví a emborrachar, sí, pero esta vez no dije nada de la gran verdad: ¡don Pelayo, primer rey de España, héroe de Covadonga! ¡España ye Asturies y lo demás tierra conquistada! ¡El muerto el hoyu y el vivu al boyu!
A la mañana siguiente me sentí indispuesto y con fiebre. Pasé varios días destrozado tomando zumos (con coñac, claro) y a los pocos días estaba repuesto.
En otras de mis borracheras (y antes del coma etílico) en un bar habían puesto un curioso cartel: Síntomas de la Gripe A.
¡Anda, mira! Coincidían uno a uno con los que había tenido cuando salí de la cárcel.
-Mira -le dije a mi novia orgulloso-: ¡he tenido la Gripe A!
(Y Gripe A lo pongo con mayúscula por puro cachondeo). No necesité medicinas ni tonterías, pero parece que hay alguien por ahí que dice en televisión que son necesarias porque esto es una pandemia o no sé qué. Seguramente será una de esas personas que permite a esos ?instrumentos de la justicia? ir por ahí deteniendo al primero que les viene en gana para cumplir con el número de detenciones que estipulen otros.
Pasé la Gripe A y probé la justicia en todo su apogeo y evolución? me junté con criminales y con sub-razas muy por debajo del límite de inteligencia del mono? miré de cerca la miseria y la estupidez humana y sobreviví para contarlo. ¡¿Qué más puede pedir un novelista?!
Sí, había sido un buen fin de semana.
¡Qué gran país para un novelista!