La faena

Se dice ?haz de tripas corazón?, pero el corazón falla. Y sucede cuando la mente se anula, presa de la presión, sujetos a unas pautas disparatadas en manos de ineptos que ganan la partida.

Opinión | 17 de noviembre de 2009
Consuelo G. del Cid Guerra

?Dale poder a un obrero y se convertirá en Hitler?, eso lo digo yo, sin animo de generalizar, pero con la convicción absoluta de haberlo vivido. Los dotes de mando son comparables en muchas ocasiones a la famosa dote matrimonial. Tanto tienes, tanto puedes. Del precio es que ni hablo, puesto que no es cuestionable. El patrón americano ha sido imitado por todos los países. Los aspirantes a nuevo rico entregaron sus vidas al marketing. Garrulos disfrazados de ejecutivo que firman con trazos de analfa (betos), hablan con boca de arriero y llevan todavía un peine de plástico en el bolsillo, desconocen los métodos, el orden y sus propias cuentas de resultados.

El cierre vertiginoso de empresas ha dejado el campo libre a todas aquellas consideradas como ?familiares?, que sobreviven con grandes deudas y se mantienen girando cantidades que ya no es posible convertir en efectivo. En esa rueda esta el banco, los pagos a sesenta días con el agua al cuello y la falta de recursos más elementales. Quien no ha sabido crear su historia no puede tener resumen. No se trata siquiera de criticar los hechos a partir del empeño cuando éste último resulta mayor que el esfuerzo. La vergüenza ajena, como la tristeza, nos quiebran lentamente mientras estamos sometidos a la merced de un verdadero advenedizo que alarga hasta sus últimas consecuencias un golpe de suerte convirtiéndose en ?okupas? sin profesión.

Son los que todavía hablan de ?la faena?, ?cocretas? y ?amoto?. Hablan con la boca llena y a duras penas distinguen la función de los cubiertos. El poder en sus manos es una bomba de relojería. Lo poseen con una fuerza descomunal. Les fascina, enajena, motiva y excita. Disfrutan sus propios pedos mientras vaguean en el despacho que siempre soñaron, pegados a un gran sillón que ha dibujado la patética silueta de su espalda adquiriendo el color de la roña.

No temen los embargos , han aprendido a actuar como calculadores calientes que barajan los plazos y los cambios de nombre. No son recordados en vida y tampoco después de muertos.


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