Dos días de playa

Fueron sólo dos días. Desde hacía más de 15 años no había visto el mar y no sé por qué, este año algo me incitaba hacia él. Lo necesitaba. Los amaneceres, cuando la playa todavía está vacía de gente y el sol comienza a hacerle guiños al cuerpo, dándole besos de un tibio calor, son muy hermosos.

Opinión | 06 de agosto de 2009
Gloria Mateo

Miré hacia el cielo y no tenía ni una sola nube. Todo era uniforme y de un color azul intenso. Sentí una sensación plena de serenidad forastera en mi diario caminar.

Los pies agradecieron el contacto con el agua salada. Me senté en unas rocas, solamente visitadas por algún pescador mañanero no muy joven, pero con una serena placidez en el rostro. Alrededor, pequeños peces no se molestaban con mi presencia y se deslizaban suavemente incluso tocándome. Me quedé quieta, muy quieta. Sin darme cuenta estaba dialogando interiormente con ellos. El agua estaba transparente .No había ningún resto de la descomposición que proporcionamos los seres humanos con nuestro atrevimiento de creernos los reyes de la naturaleza. Me di cuenta de que quería plasmar aquel cuadro en mi mente con toda aquella maravilla, y guardarlo para siempre. Por primera vez desde hacía mucho tiempo di gracias por poder sentir la paz que fluía de una manera espontánea en mí. Sé que necesito muy poco para ser feliz. Pero... ¿esto era poco? No, esto era algo grande, tan grande como la inmensidad que nos rodea y de la que sólo somos una pequeña parte. Yo, sin embargo, había estado ausente de ella.

A pesar de la hora, en aquel recodo de la playa, el agua tenía una temperatura comparable al calor suave de emociones agradables que me embargaban. El sonido que escuchaba me hacía cerrar los ojos e iniciar un suave vaivén con mi cuerpo a su compás.

Recordé algunas técnicas que utilizo en terapia al hablar de los problemas que nos invaden normalmente. Siempre digo que nos imaginemos que son como las olas: vienen, nos pueden tirar, pero luego gradualmente se retiran. Ninguna ola permanece mucho tiempo. Siempre se desvanece como llamada por alguna fuerza superior que le dice que su momento ha terminado. Luego vendrán otras, y otras, pero cada una sigue el mismo itinerario. También las hay que, levemente, acarician y se van. Es como si jugaran y nos dijeran que disfrutemos del momento. Sé que cuando un problema nos acribilla, sentimos que nunca acabará. Pero no es así.

Sentí que estaba en mí misma y que no estaba.Mil caricias me servían de bálsamo y olvidé totalmente mi cuerpo físico. Me di cuenta de que en ese formaba parte de un todo hermoso.

Comencé a caminar despacio, mirando la arena que debajo del agua se veía con nitidez y encontré una concha. No tenía nada de particular, pero era un trocito de aquello. La cogí y la guardé para llevármela junto con los demás colores del amanecer.

Me gustan más los amaneceres, aunque también me hechizan los atardeceres, cuando la luna quiere sonreír. Sin embargo, el amanecer es preludio de un día nuevo, es la explosión de la constancia de que estamos vivos.

Quizá, cuando leáis esto, penséis que es absurdo escribir al respecto, pero los sueños que me despertó el mar fueron hermosos y he sentido necesidad de plasmarlo.

Sólo dos días, al tercero, por la mañana, no recordaba que ya tenía que regresar y volví al mismo lugar. Estuve muy poco rato. De casualidad, me avisaron preguntándome que si sabía el día que era.

Pues no, no lo sabía. Y no me hubiera gustado saberlo.


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