Tuve que esperar hasta los dieciséis para cargarme al que lo mató. El tipo era un marrajo que también me dejó su huella, pero cayó sin remisión. Como pasó con mi padre, nadie indagó demasiado. ¿Para qué perder el tiempo con un desgraciado si además era pendenciero? ¿Ha muerto? Bien muerto está.
A partir de ahí y ante la enfermedad de mi madre, me hice cargo de la casa. Encargué a mi hermano más pequeño que la cuidara y yo salí a buscarme la vida. Trabajé mucho, gané poco y aguanté. Ya vendrían tiempos mejores. Pero..., siempre hay un pero... Entró en la brigada un capataz nuevo y gracioso que gastaba bromas pesadas. Yo pasé mientras no me tocó a mí, cuando me tocó lo marqué con la navaja. Este sí era importante y me detuvieron. Estuve dos años en un reformatorio. Cuando salí había muerto mi madre y mi pequeño hermano trapicheaba con kiffi, tratando de sobrevivir. Lo llamé al orden: Yo me ocuparía de todo y esta vez de verdad. El, que era un buen chico que no servía para el negocio, aceptó con rapidez. Solo una obligación: Estudiar por los dos, por él y por mí.Así como yo trabajaría por los dos. Un trato es un trato y ambos lo cumplimos.
Pronto me hice cargo de una zona, en la que impuse mi ley. Estas cosas nunca se hacen por las buenas, siempre hay quienes opinan lo contrario y no se puede uno andar con delicadezas. El respeto es fundamental. Y yo me hice respetar. También pacté con quien tenía que pactar, el dinero facilitó el acuerdo y yo trabajé más tranquilo. Todo fue bien durante diez años. Después cambiaron las cosas: jubilaron a mi protector. Yo no nadé contra corriente, había ahorrado algún dinero y mi hermano terminaba los estudios. Así que quise retirarme hasta que las cosas estuviesen más claras. No me dejaron. Mala cuenta, porque a mi no me gustan las imposiciones. Tenía que optar y lo hice. Pasaporté a mi hermano a EE.UU. con dinero suficiente y una vez solo me enfrenté a la situación. No discutí , obré y también tuve que exiliarme por el momento. Aquí quedaron cinco personas descontentas conmigo, al sexto me lo había llevado por delante.
Me la juraron y yo hice lo mismo. Así que era una cuestión de tiempo. Escogí el momento y zanjé el problema. A esas alturas poco me importaba a quien tenía que quitar de en medio. Adquirí respeto, pero no volví a establecerme allí. Mi reflexión fue la siguiente: -Nunca había provocado el menor conflicto, pero los conflictos venían a mí sin buscarlos. Por tanto debía zanjarlos con contundencia y sin lamentaciones. -La gente se mete en problemas que luego es incapaz de resolver y hacen lo que sea por encontrar a alguien que se ocupe de ello. -Una vez que empiezas algo no debes parar hasta terminarlo, si no con quien terminarán será contigo. -La mayoría es miserable, corrupta, prepotente con los débiles, hipócrita con los fuertes. Faltos de inteligencia se confunden con frecuencia y no saben distinguir. Cuando quieren rectificar es tarde. -Pocos de los que conocí merecían la pena y éstos tenían, a menudo, que vivir doblegados: Por las necesidades de su familia, por temor a la justicia, porque se sabían poco preparados para el enfrentamiento. -Un hombre es duro de roer cuando no tiene ataduras ni obligaciones, cuando tiene poco que perder. Y así estaba yo. Además me había preparado para vivir en la jungla.. Pero di un paso más. Durante tres años desaparecí de la circulación, dedicándome íntegramente al conocimiento de las armas cortas y largas, y a la práctica del tiro desde todos los ángulos, posturas y circunstancias.. También adiestré mi cuerpo en distintas técnicas, hasta convertirlo en un arma más. Me enseñó el mejor, que cobró como tal, pero al terminar me sentí compensado.
Me instalé en un país del Norte de Europa y dejé correr el tiempo.
Pronto llegó el primer contrato. Para estas cosas no hace falta publicidad, buscan los mejores y saben dónde encontrarlos. 200.000 Euros, una cabeza, rodeada de escoltas, pero una cabeza asequible a media distancia. Acepté. No quise saber nada de quien me contrataba, solo de la entrega del dinero. La mitad por anticipado, el resto a la terminación del trabajo. Un mes para hacerlo. Un dossier con información. Una fecha propicia, que lo haría más fácil. Cuatro fotografías de extraordinaria calidad para una identificación sin dudas. Lo hice. Y volvieron a conectar conmigo.
Me propuse no hacer más de seis trabajos al año. Quería mantener siempre la cabeza fría. Era la mayor garantía para hacer las cosas bien. Sabía que no era más que un medio, que quien verdaderamente eliminaba era el que daba la orden, yo me limitaba a ejecutarla. Así que no me abrumaba el número, pero no quería superarlo. Era exigible precisión, carecer de emociones y una cierta recuperación mental después de cada ejecución. Además tenía que conseguir que mi profesión no incidiera demasiado en mi vida privada. Quería aparecer como un buen ciudadano, pacífico y honrado. Que paga sus impuestos y saluda al vecino de al lado. ¿Mujeres? Prefería las profesionales, que conocen el oficio y preguntan poco. Siempre distintas..., la agencia me las proporcionaba sin problema. Era un buen cliente. Venían un par de veces a la semana, tres en ocasiones. Con ninguna llegué a intimar.
Como tapadera tenía una pequeña tienda de antigüedades, que abría tarde y cerraba temprano. Me servía de distracción y justificaba ingresos y viajes. O sea, que mi vida era tranquila y regular aparentemente.
Hoy me ha llegado un contrato especial. Me pagarán lo suficiente para retirarme definitivamente. Es arriesgado, solo existe una tenue oportunidad y hay pocas posibilidades en la retirada aunque tenga éxito en la ejecución. Pude renunciar antes de conocer los detalles, pero he seguido adelante: Es mi trabajo. Lo haré. He dado orden de transferir, si me pasa algo, cuanto tengo a mi hermano con el que, por su seguridad, no he mantenido relación directa alguna. Todo está en orden, ni una deuda, ni un compromiso, ni un afecto..... Es buen momento para jugar a una sola carta y lo que puedo perder es algo a lo que tampoco tengo mucho aprecio.
Si hurgara en mi pasado, en mis últimos veinte años, creo que solo un hecho me conmovió: Los ojos de una muchacha emigrante, que arrastraba con esfuerzo una maleta en la estación de Estambul. Ojos de animal herido, sin comprender, asustado... Sin pensarlo hice ademán de bajarme y ayudarla... pero mi tren partía ya. Fue una sensación rara que, por fortuna, no he vuelto a sentir, aunque sé, en lo más profundo de mi, que es lo único hermoso que he sentido en mi vida.
Delach.