Los hijos son las víctimas

No sé hasta dónde puede llegar la brutalidad humana. Tampoco sé si merecemos pertenecer a esta especie. Esto es sólo lo que se me ocurre tras contemplar las escenas de una pareja en la lucha despiadada por conseguir unilateralmente , como si fueran sus amos, a sus hijos No hay adjetivos en el diccionario que definan la acción protagonizada por estos padres. Creo que no la hay.

Opinión | 05 de junio de 2009
Gloria Mateo


Después de su separación, el padre huyó con los niños a Bulgaria, donde han permanecido conviviendo con él durante dos años. La madre, ante tal hecho, solicitó la custodia de sus hijos al Tribunal de La Haya y ahora, tras fallar éste a favor de ella, se ha procedido a la devolución a su progenitora. Pero?¿cómo se ha desarrollado a la misma? Sinceramente, creo que las escenas que hemos visto por televisión son desgarradoras. La imagen de dos niños que se resisten a abandonar al padre y que luchan desesperadamente para conseguirlo con llantos y gritos inútiles es la de la indefensión frente a la brutalidad.

Mientras tanto, ajenos a este dolor de los dos hijos, la pareja continuaba agrediéndose. No, no eran seres humanos. Sólamente eran dos esperpentos que no querían desprenderse de lo que ellos consideraban ?sus propiedades?. No les importaba el sufrimiento de los niños. Simplemente querían salirse con la suya y no ceder ante el otro. No estaban luchando por sus hijos, únicamente lo hacían por su ego. ¿Dónde quedaba el sentimiento del cariño? ¿Realmente lo tenían?

Esos dos miserables ¡¿adultos?!, no merecen llamarse padres. Lo serán biológicamente, pero no afectivamente. Así, al menos, así lo han demostrado.

A la niña consiguieron llevársela en un coche oficial, pero el niño desapareció del escenario. Quizá no pudo soportar los hechos y se marchó. No sé si lo habrán encontrado o qué habrá sido de él. Posiblemente huyó de los dos monstruos que le producían más terror que ninguno de los que haya podido ver en algún comic, en su corta vida.

Me ha recordado el juicio de Salomón, al que alude el Antiguo Testamento. Aquella solución que encontró el rey ante la reclamación de dos mujeres que pretendían ser las madres verdaderas de un niño, y que consistió en simular tratar de partirlo en dos, consiguió entonces que la auténtica madre prefiriera renunciar a su hijo antes que verlo muerto.

En esta ocasión estos niños están vivos, sin embargo, han pasado por una experiencia de magnitud tan cruel que jamás olvidarán. Pero no, no, no han sufrido sólo un descalabro emocional. En poco tiempo han sido dos: uno cuando el padre se los llevó y se quedaron sin poder ver a su madre que, seguro, también les produciría dolor y esas escenas no las hemos visto, y el otro, ahora. Llevarán esta carga emocional negativa en su personalidad para el resto de sus días.

¡Eso es querer a unos hijos! ¡Eso es ser unos padres de verdad! ¡Sí, señor! ¡Viva la especie humana! ¡¿Y no se nos caerá la cara de vergüenza al contemplar nuestras miserias?!

Después alardearemos de que somos excelentes personas.

Nos comportamos como aves de rapiña (con perdón para las aves, que no les llegamos ni a la punta de sus alas). El caso es que aquí lo que buscamos es carroña humana. La que nosotros mismos generamos porque estamos en periodo de putrefacción.

¡Dos desgarros, dos, los que han llevado estos niños en su corta vida! ¿Dónde han quedado sus derechos? Dejo la pregunta en el aire.

¡Ni Salomón, ni Salomón?!

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