Y ríes picaruela, desde tu edad inmensa,
duendecillo travieso, proyecto de mujer,
y hurgándome en el bolso encuentras un espejo,
te pintas bien los labios y, mirándote en él,
me llamas y me dices: ¡¿A que estoy guapa, eh?!
Y pones gestos raros emulando a princesas,
me quitas los zapatos, te subes al tacón,
luego, como un suspiro
entras en tu casita hecha de caracol,
te deslizas en ella
y asomas como estrella en una gran función.
Me das lección de tenis con raqueta gigante,
vamos a los columpios, me retas a correr
y el césped no se queja de tus pies y mis pies.
Trosky, tu perro grande, viene detrás también.
Me enseñas una araña con un miedo de cuento
y coges un gusano que a mi me da pavor,
después, sin dilamiento, cantas una canción.
¡Uff!
Sé que esto que te escribo, tal vez no lo comprendas:
tan solo es un poema, Verónica, perdón.
No sé hacer otra cosa, es que...es que no soy mayor.