Fin

-Cometiste un error ?dijo- . Un grave error. Has demostrado que el dinero no te importa, y eso, en los negocios, es una señal imperdonable. -¿Pero qué dices?

Opinión | 23 de mayo de 2009
Consuelo Garcia del Cid

-Lo que oyes. Presumes de no tener coche y también de no quererlo. Hablas sin pudor de tus ideas, te pronuncias a favor de causas comprometidas y complicadas, está bien mientras todo va bien, pero ahora ya no.

-¿ A qué te refieres?

-A ti. Me refiero a ti. Parece mentira que con tu capacidad de negocio continúes mostrándote con descaro. No puedes ir así por el mundo, es muy arriesgado. Puede salirte muy bien o muy mal. Ahora no te lo puedes permitir. Sólo te seguirán personas muy determinadas, y esas son siempre pocas.

-Tal vez no quiero otra cosa.

-No te engañes. Quieres lo mismo que todos: Continuar.

-Sí, pero a mi manera.

-Deja de universalizar tu propia anécdota. Los directivos de las multinacionales lo que quieren ver son grandes instalaciones y puestas en escena, no discursos sobre la crisis y planteamientos de negocios alternativos como el tuyo. Te equivocas.

-Te recuerdo que tú y nadie más que tú, me llamaste hace una semana cuando tenías a cien trabajadores amotinados en tu empresa, no sabías cómo resolverlo, y me pediste ayuda. Y yo te deshice la huelga en diez minutos.

-Sí, subiéndote encima de una mesa como si estuvieras en la película esa del club de los poetas muertos.

-¿Y qué? Lo arreglé. Tú no sabías, no podías, y lo hice yo.

-Reconozco esa habilidad.

-No es una habilidad. Es meterse dentro de las personas, saber y reconocer su problema, mostrarse comprensivo y cercano.

-Eso es válido con la plantilla, pero no con los clientes.

-¿Entonces por qué me siguen los clientes?

-Porque están aburridos. Porque les diviertes, porque tus resultados son buenos al principio pero luego no puedes continuar por falta de liquidez.

-¿Y qué? Cuando eso ocurre, lo digo.

-Sí, lo dices. Otro error. Jamás debes mostrar carencias económicas ante el cliente.

-Con la verdad se va a todas partes.

-No. En los negocios, con la verdad te vas a la mierda. Un empresario lo primero que debe aprender es a mentir. A decir lo que no es, a asegurar que tiene lo que no tiene.

Es un juego y hay que saber estar.

-¿Me estás diciendo que yo no sé estar?

-Por favor? te he visto recitar un poema de Lorca en un curso de formación. Eso no tiene nada que ver con el marketing.

-No es cierto. De todas formas, si el marketing tuviera forma física, yo sería su asesino.

-¿Lo ves? No puedes soltar semejantes animaladas cuando te dedicas a eso.

-Yo digo lo que quiero, hago lo que me dá la gana, y argumento las conferencias como me parece. Y me siguen.

-Te siguen por divertimento, no por el fondo del asunto.

-Oye guapo, yo nunca te he pedido nada, pero tú a mí sí. Te he pasado gran parte de mis contactos cuando estabas seco, y ni siquiera has tenido conmigo un detalle en navidad.

Llevo en esto más años que tú, y no me vengas ahora dando lecciones de nada.

-Es que es muy difícil regalarte algo. No sabía cómo acertar ni qué elegir.

-Ya. Me dá lo mismo, no tiene importancia. Es que no entiendo a qué viene todo esto.

-Acabas de ganar la cuenta de Lax, y no podrás afrontar la financiación.

-Eso no es asunto tuyo.

-Sí que lo es. Mi oferta se ha desestimado, mi estructura es mayor que la tuya y además yo puedo soportar la cadena financiera. Te estrellarás.

-Eso tú no lo sabes.

-Estás loca, eres temeraria. No vas a poder, y lo sabes.

-¿No será que la quieres tú?

-Claro que la quiero. Podemos llegar a un acuerdo.

-Arregla tú los acuerdos con tu plantilla cuando hagan otra huelga. Arregla tu cocina y no me pases tu mierda nunca más, porque no te ayudaré.

-No puedes con ese cliente.

-Eso lo veremos. Lo que me queda muy claro es que lo quieres tú.

-Evidentemente.

-Pues es mío. Lo he ganado yo.

-Lo perderás. Si llegamos a un acuerdo, los dos saldremos ganando.

-No hay acuerdo. Tú a tu casa y yo a la mía. Ha ganado el mejor.

-Tú no eres la mejor.

-Yo lo he negociado y yo lo he ganado.

-Perderás.

-No. Acabas de perder tú.

-¿Yo? Qué coño te crees que he perdido yo?

-A mí. Para siempre.


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