Aurelia Buj, Vda. de Matías Colsada

Aurelia Buj, Vda. de Matías Colsada

Poca gente sabía de su existencia, a pesar de que su esposo era Matías Yáñez Jiménez, más conocido como Matías Colsada, el mayor empresario y de más renombre que ha tenido España en el mundo del espectáculo de la revista. ¿Quién no recuerda o ha escuchado alguna vez, salvo que sea demasiado joven, aquello de ?Las alegres chicas de Colsada??

Opinión | 11 de mayo de 2009
Gloria Mateo

Ella permanecía en la sombra. Ser la esposa de un hombre con tanta fama y propicio a estar rodeado de esculturales mujeres vedettes de la farándula, llenas de belleza física, punto de mirada de cualquier hombre a su paso por la calle, es una tarea muy difícil. Demasiado, diría yo. Hace falta tener un temple especial para saber llevar esa situación.

Por eso siempre he sentido admiración por Aurelia Buj, que así se llamaba. Una mujer que en su juventud fue poseedora de una gran belleza morena de ojos verdes; por eso quiero recordarla desde este periódico, sacarla del ostracismo y convertirla en una primera estrella. La más grande que haya podido bajar por una pasarela, esa pasarela localizada mucho más allá de los bastidores de un teatro: la de la vida.

Se casaron en la época en la que la mujer permanecía abnegada, realizando las tareas de la casa, esperando que volviera el marido del trabajo, pero en el caso de Aurelia, su esposo no regresaba todos los días. No. No lo hacía. A veces, ni en muchos meses. Porque estaba constantemente fuera por motivos de trabajo?Y para incrementar más su soledad, ella se hizo cargo de su suegra, durante 16 años, hasta que ésta falleció.

Supongo que muchas veces se haría demasiadas preguntas, para las que no obtendría respuesta. De lo que no me cabe la menor duda es de que estuvo muy enamorada de su marido.

Él anduvo perdido entre los embrujos y efluvios, momentáneos o no, de algunas mujeres que pasaron por vida. Por llamarlos de alguna manera, claro. El dinero es demasiado lambroto como para no permitirse tener determinadas licencias. Él lo tenía: era un gran empresario. Poseía mucha habilidad para saber si un negocio iba a funcionar o no. Pero, a veces, falla la inteligencia emocional, ésa que te dice qué puede encauzar tu vida afectiva de una manera equilibrada, la que permite dar y recibir cariño sin ningún tipo de intereses ni sinsabores.

Ya sé que lo de ?hasta que la muerte nos separe?, se ha convertido en algo anecdótico. Pero Matías nunca se divorció de su esposa. Siempre aludía a dicha frase al hablar sobre su matrimonio.

Es verdad que a Aurelia no le faltó de nada material. Generosa y desprendida, en muchas facetas de su vida demostró su calidad humana. Pero me pregunto si fue feliz. Creo que no. Bueno, no lo creo: lo sé. Ninguna mujer que pueda imaginarse a su esposo compartiendo cama con otras mujeres podría serlo.

En los últimos años, ya mermadas sus facultades físicas y mentales, aunque con breves espacios de lucidez, aquellos ojos de un verde transparente, que tantos piropos le proporcionaron en su juventud, habían perdido totalmente la visión, pero miraba con el alma, transmitiendo serenidad. Y cantaba, cantaba en muchas ocasiones, a pesar de estar ya en cama??bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez??

Quizá el inconsciente buscaba todavía con ahínco la boca del que tanto amó. Luego, los silencios y el cansancio la volvían a sumergir en el mundo de las sombras, escapando de la realidad por esos misterios que el destino depara a muchos en la edad avanzada. Posiblemente, proporcionando un bálsamo para curar heridas.

Se ?agarró? a la vida hasta lo indecible. Había besado los labios de un hombre que compartió los suyos con demasiadas y sufrió en silencio las habladurías, las realidades, las parejas de hecho y de deshecho, las hijas que ella nunca pudo tener y que aparecieron en el guión de su vida, como venidas de el país de las fantasías de las noches locas de frenesís pasionales de su marido.

Afortunadamente, los años finales los tuvo calmados, cuidada por sus familiares y arropada afectivamente hasta lo máximo.

Era cariñosa y le gustaba besar. Los besos, sus besos, sonaban en el aire como la mejor canción entonada por una gran vedette en el mayor escenario del mundo.

Nos dejó el 27 de Septiembre de 2007, tenía 94 años. Hacía tiempo que Matías había fallecido, pero siempre honró su presencia recordándolo enmarcado en el salón de su casa de Zaragoza, en un lugar preferente. Nunca salió de su boca ninguna queja, ningún resentimiento. Ella lo amó incondicionalmente y en la sombra, como las grandes mujeres.

Y se marchó quedito, sin hacer ningún ruido,

tal como había sido, discreta y con cariño.

Morena y de ojos verdes hace tiempo.

Nieve y serenidad en su despido.


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