No hace tantos años. Refresca la memoria: Te ves pequeña, asustada, arrojadiza e inútil ante tanta ceremonia ociosa y religiosa. Ejercitada en aquellos retiros espirituales, que no eran más que acampadas con monjas y curas sermoneando sobre la vida y milagros de Dios, poco de los humanos, que estábamos todos sucios, cansados y en peligro.
Un púlpito parecido a cualquier escenario teatral donde con voz truculenta se escuchaba la palabra del sacerdote, que no la de Dios. Porque dios, ¿dónde estaba? ¿Qué conducta, qué pecados, qué camino?
Se preocuparon tanto de la virginidad que se acabó perdiendo a media tarde en el asiento trasero de un Seiscientos. Nos abrumaron tanto con los asuntos de la carne, que cuando al fin te besaron en la boca temías llegar a casa y enfrentarte a la mirada inquisidora de tu madre, por si lo notaba.
¿Cómo es un beso?
-Largo, mojado, con lengua retorcida, la tuya y la de él... todo lo largo que puedas, sin respirar, aunque te ahogues...
¿Y no te da asco?
-No... pruébalo, es una maravilla...
En la última fila de un cine de barrio te puso la mano en el hombro. Dios no estaba, pero sabías que era pecado, y que no lo podías contar. Hagamos santa esta semana, santa como nadie, rompamos el silencio para no confesarnos jamás, y que el tupido velo no corra nada, ningún secreto, ningún asunto. No fuimos mejores ni peores después de todo aquello, solo más descreídas, deslenguadas, atrevidas y rumberas. Beatles, Rollings... un cigarro aspirado como si fuera pólvora, y goma de mascar en los bolsillos. De menta. Siempre de menta. Cuánto esfuerzo, por Dios, sin hacer nada.
La hostia no se muerde, es pecado mortal. Ahora las hostias te las dan por todas las esquinas, seas bueno o malo, guapo o feo, pobre o rico. Qué pena.
Semejante desperdicio nos llevó a explorar los lugares prohibidos, y allí se estaba en la gloria. No sé si Dios lo sabe.