Comedor Social de la Parroquia Ntra. Sra. Del Carmen

Comedor Social de la Parroquia Ntra. Sra. Del Carmen

Zaragoza.

La Parroquia de Ntra. Sra. Del Carmen, situada en uno de los puntos más céntricos de Zaragoza, en una encomiable labor de dedicación a los desfavorecidos, atiende diariamente en su comedor social a 122 personas que tienen muy pocos recursos económicos. Durante el año 2008 repartieron un total de 39.718 comidas. Esta labor se lleva a cabo con la cooperación de un número de voluntarios que se encargan tanto de la cocina como de que todo discurra en perfecta armonía, consiguiendo la máxima eficacia.

Opinión | 14 de abril de 2009
Gloria Mateo


Me recibe con amabilidad y contesta a mis preguntas, D. Vicente Aranda Guillén, sacerdote y Delegado Parroquial para la acción social. Me indica que, además, se entregan de 20 a 30 bolsas de comida al día. Como bien se expresa él mismo en su artículo de la revista de la parroquia, ?La compasión nos debe seguir llevando a conductas de ayuda, la indignación a la búsqueda de justicia, el sentimiento de dignidad para todos, al esfuerzo por hacerla respetar?.

En este comedor, desde las 7 de la mañana, una larga fila espera en la puerta para coger turno de acceso. Todos ellos llevan consigo su correspondiente tarjeta acreditativa. La edad mínima que se requiere es de 18 años.

Decir que hay un perfil definido de los que carecen de recursos sería faltar a la verdad. En estos tiempos, con tanto desempleo y pocas ofertas de trabajo, el número de personas que buscan tener una comida que llevarse a la boca ha ido en incremento. La crisis está afectando a demasiada gente y la solidaridad es necesaria para atender, al menos en parte, las carencias físicas que se puede. Las otras, las del interior, ésas que nose perciben a flor de piel y que también, en ocasiones, van aparejadas a aquéllas, tampoco se dejan de lado en esta parroquia.

Desde el respeto, y sabiendo que son seres humanos a los que la caricia de una vida favorecida les ha sido negada, me acerco, pues, a la fila.

Hablo con una señora de 44 años. Al lado, su hijo de 18. Los dos chilenos. Ella vino a España a ver a otra hija y enfermó. Tras hacerle una operación de histerectomía total, ha trabajado hasta el pasado 22 de Diciembre como auxiliar de geriatría en una residencia. Poco a poco se dio cuenta ?dice- de cómo no se trataba con consideración a los ancianos y al comentarlo a la dirección, la despidieron. En estos momentos, ya no cobra subsidio de desempleo y busca un nuevo trabajo. Su hijo, un chico sano en todos los sentidos, está terminando los estudios secundarios y quiere trabajar como militar. Ninguno de los dos se siente indigno por solicitar comida.

Salvador Morro Font, de Segorbe (Castellón), me da su nombre y apellidos e, incluso, me permite que le haga una fotografía, puesto que considera que no es ninguna vergüenza el ir allí porque no cobra absolutamente nada tras haber tomado una mala decisión: estaba trabajando en una empresa con contrato indefinido y otra persona le ofreció más sueldo. Él accedió, y su nuevo jefe lo despidió a los 14 días al no irle el negocio bien. No obstante, como en el anterior trabajo su baja fue voluntaria, en estos momentos, a pesar de que tiene cotizados 36 años en la Seguridad Social, ni siquiera puede cobrar el subsidio de mayores de 52 años. Todos los días busca trabajo, todos. Pero no encuentra absolutamente nada. No desespera y en sus ojos queda todavía un brillo de confianza por encontrar un mañana que le sea más benévolo. No ha tenido una vida fácil. Desde los 15 años ha trabajado y atendido a su madre hasta que ésta murió de Alzhèimer. Se siente orgulloso de que no ha caído en las garras de las drogas. Va con la cabeza alta.

Finalmente, me acerco a un joven de 36 años, bien parecido, viste traje, y al que, en alguna ocasión, cuando he pasado por delante de la parroquia lo he visto siempre leyendo un libro. Accede sin ningún inconveniente a hablar conmigo. Me cuenta que es de Lanzarote y que en estos momentos, como muchos de sus compañeros, no tiene trabajo. Es cocinero. Duerme todas las noches en un cajero. Está esperando que en otra institución le permitan tener alojamiento durante 6 días para poder descansar en condiciones. Añade que tenía un negocio, y que estuvo casado, pero se separó porque encontró a su esposa manteniendo relaciones con otra persona. Abandonó las Islas. Ahora, en el momento en el que tiempo mejore, quiere marcharse para Andalucía. Espera al menos, de cara al verano, trabajar en lo suyo.

Son sólo cuatro ejemplos de entre tantos otros que esperan pacientemente. Mis interlocutores van aseados y se preocupan por su higiene y vestimenta. La persona que me ha comentado que duerme en un cajero, nadie que lo vea por la calle podrá pensar tal cosa. Me hablan de que la comida es buena, que el servicio es impecable, que hay mucha limpieza y una gran atención por parte del personal de la parroquia. Quizá, me dice uno de ellos, algunos no saben apreciar lo bien que nos dan de comer.

¿Por qué cogéis número?- pregunto. Y contestan que el estar de los primeros les permite seleccionar una mesa y compartirla con aquéllos con los que se puede mantener una conversación. No todos están sobrios ni en condiciones. No todos van limpios. No todos.

Así transcurre otro día más en el caminar lleno de riscos ariscos de estas personas.

Ojalá que el trabajo fluya, para que muchas de estas vidas que todavía son recuperables, en la medida de lo posible, se normalicen. No podemos ni debemos mirar hacia otro lado. Aunque no estemos en esas filas, somos responsables de estas situaciones.

¡Magnífica labor la de la parroquia de Ntra. Sra. de Carmen!

Agradezco, en nombre de este periódico, la amabilidad y deferencia con las que he sido tratada. Muchas gracias.


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