Y me entregaba toda dejándote mi vida,
incluso, tras los locos ratos de la pasión,
cuando en el fuego intenso mi alma sonreía,
creyendo una ilusión.
Así, caminé errante, a tu lado, cohibida,
entre sollozos quedos, preguntándole a Dios:
¿Verdad que sí me quiere?
Y Dios también lloró.
Yo te di,
tú negaste.
Yo te amé,
tú fingiste.
Te supliqué
y reíste.
En ti no había amor.