"La vida es lucha", decía siempre, sonriendo, mientras me estrechaba con fuerza la mano. Porque daba la mano de verdad, entregándose. Me ayudó, me aconsejó, me escuchó, me esperó. Incluso en reuniones tensas con algún cliente en las que yo levanté la voz, jamás me hizo callar. Me sabía. Me entendía. Me abrió las puertas de su casa señorial de la Diagonal. Siempre estuvo cuando le necesité.
Opinión |
27 de marzo de 2009Consuelo G. del Cid Guerra
Puedo escuchar ahora aquel tono de voz rotundo y directo que hablaba desde la razón y la pura verdad de la experiencia sabia. Era un hombre de leyes que se ha ido por ley de vida. Ha sido mayor pero nunca viejo. Positivo, razonable, racional, tolerante. Me enseñó que no existe ideología alguna que separe a los hombres de bien. Me transmitió la bondad y la generosidad hecha persona. Nunca quise tutetarle. "Llámame Víctor", insistía. Pero yo no podía. Es la única persona que ha pasado por mi vida a quien no he sabido tutear. La única. Y ahora que no está, he entendido el por qué. Don Víctor fué tremendamente cercano. Yo confiaba en él, y él siempre confió en mí. Guardo sus confidencias como él guardó las mías. Generoso sin esperar nada a cambio, alegre incluso en los peores momentos. Luchador nato.
La última vez que nos vimos llevaba un traje de lino blanco exquisitamente planchado. Me esperaba en el Paseo de Gracia, y antes de cruzar ya divisaba la imagen de Don Víctor, blanco por dentro y por fuera.
"Te tenía en una grandísima consideración", me han transmitido hoy. Yo lo sabía, pero necesitaba escucharlo. Más que una buena persona, mucho más. No necesita descansar en paz porque toda su existencia se desarrolló en la más absoluta paz. ?Estamos aquí de paso?, me decía. Sí, es una frase tópica que escuchamos cientos de veces. Pero en él adquiría una profundidad distinta y aplastante. Para mí ha sido un referente de la verdadera nobleza, la auténtica razón de ser y del bien sobre el bien. Don Víctor: Oh Capitán, mi capitán?