Bajo los estigmas

Bajo los estigmas

Tal es el peso de un solo estigma social que es difícil imaginarse los que soportan algunas familias.

Opinión | 30 de marzo de 2023
Alberto Pecharroman Ferrer

Ser gitana en una sociedad antigitana, ser pobre en un país que los tiene naturalizados, ser ignorante en un mundo tecnificado son solo tres de los señalamientos que padece una familia que conozco en un pueblo de Guipúzcoa.


Finalmente, las instituciones que deberían velar por sus derechos, se confabulan para quitarles a un menor: los servicios sociales municipales dan crédito a una vecina que no quiere gitanas como vecinas y se inventa todo tipo de roces de convivencia; el gobierno vasco, que rige su alquiler social, pone un procedimiento de desahucio en marcha sin darles alternativa habitacional; la diputación provincial abre un expediente y les conmina a entregar a un menor porque no suele asistir al colegio debido al miedo de su madre y su abuela a que la policía lo interne en un centro.

Todo ocurre en un barrio obrero donde hay división de opiniones: unos, se dejan llevar por los prejuicios racistas, por el desprecio porque reciban ayudas sociales, por la envidia de que no tengan que soportar un jefe explotador; otros, se compadecen de una familia con varias criaturas que son el dique de contención para que el estado no arremeta también contra ellos. Solidaridad humana y canibalismo social se encuentran en la barra del bar y juzgan una situación que esperan no les salpique, de la que se sienten ajenos a pesar de ver todos los días la mirada trémula de estas mujeres y sus hijos.

Es una locura ayudarlas a pagar un abogado privado ya que los de oficio no se suelen enfrentar a las poderosas administraciones. Es demencial darles dinero para que paguen una vivienda en el mercado libre y no tengan que dormir en la calle con el riesgo de que les arrebaten a todas sus criaturas. Es irracional seguir ayudándoles para la compra de comida y pañales. Y, sin embargo, existen esa clase de individuos que no son felices si les rodea la infelicidad, la injusticia.

Los políticos hacen pomposas campañas de inclusión de personas de otras culturas y lenguas. Luego, excluyen a los ancestrales gitanos que sufrieron el holocausto nazi, la persecución organizada de una monarquía absoluta, la aniquilación de una lengua propia, y la inquina del franquismo. Ni siquiera sus semejantes quieren verse arrastrados por este ciclón de desgracias que expulsa a estas personas de una vida digna y les condena a la mendicidad y la infravivienda.

La falta de humanidad crece contra la gente conocida, próxima a casa, que estudia en el mismo colegio y lucha por la vida en el mismo sistema inmisericorde. Luego, se abren las carnes por  otras naciones y luchas lejanas, pero sepultan a quienes soportan el peso secular de toneladas de estigma. 


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