Del fondo y sus formas

Del fondo y sus formas

Hasta 1985, el Patronato de Protección a la Mujer, se dedicó a encerrar en reformatorios a menores violadas por el progenitor o familiar directo.

Opinión | 13 de octubre de 2022
Consuelo G. del Cid Guerra

Grandes obviedades sin portada. Lo que se cuece por detrás, no existe. Vuestra ingeniería social lo tiene todo calculado, excepto la aparición de verdaderos líderes que - tras perderlo todo-, ya no tienen miedo. Juegan con la vulnerabilidad de las personas afectadas para declararlas "locas" al final de un camino que puede costar la vida. Muertes no contabilizadas de "fosa común" democrática cuya incitación al suicidio por parte del sistema es evidente.

Antes de ser memoria se borrarán sus historias, en espera de la prescripción. Veinte años lo son todo cuando de defender derechos se trata. Cambiaron las formas, pero jamás ese fondo repetido hasta la saciedad.

Hasta 1985, el Patronato de Protección a la Mujer, se dedicó a encerrar en reformatorios a menores violadas por el progenitor o familiar directo, mientras el delincuente campaba a sus anchas sin ser juzgado siquiera. Tenían el cuajo de visitar a la menor violada todas las semanas, con el consentimiento de las sores: "mira cuánto te quiere", para ser de nuevo violadas a la mínima oportunidad. Ahora, las mujeres que denuncian abusos sexuales a sus hijas e hijos, no sólo no son creídas, sino que pierden la tutela y deben entregarlos al abusador. Acusadas de falsos síndromes, de manipuladoras y demás, como se les ocurra huir, acaban en la cárcel por sustracción de menores. La protección es condena, se rompe el vínculo de forma salvaje, irracional e injusta por demás, pero no pasa nada, los jueces mandan. ¿En qué hemos avanzado?. El viejo patrón del pasado continúa vigente en alas de una modernidad reciclada a su antojo, y es el sistema quien domina todas las esferas.

Una compañera tutelada por dicho Patronato fue abusada por su padre de los 12 a los 20 años. Recuerdo la cara del sujeto cuando venía a verla los sábados, con una pastilla de jabón y un tubo de pasta de dientes. Tanto el olor como el sabor, la repugnaba. Las monjas miraban hacia otro lado mientras sucedía, ni siquiera hubo sospecha. No se sembró la duda. Nada.

Una madre afectada a la que conocí hace muy poco, denunció abusos creyendo ser escuchada en condiciones y esperando justicia. Perdió la tutela de sus dos criaturas y sólo puede ver a lo niños dos horas a la semana en un punto de encuentro donde se la cuestiona por cada frase y gesto.

Marcada de por vida, exactamente igual que mi vieja compañera, ya no le quedan ni lágrimas. No es un caso aislado : son demasiadas, y la verdad permanece oculta mientras se continúa abusando.

Durante los últimos meses decidí comparar los expedientes del Patronato con los actuales informes psicosociales, comprobando que el lenguaje es muy similar, así como la exposición de los hechos. El final siempre es el mismo: está loca.

No caben tantas mujeres enajenadas en España. Es imposible. Los nuevos trastornos se aplican con una facilidad alarmante. Esos "límites de personalidad" no expresan otra actitud que la protesta de un corazón roto. Las quieren calladas, sumisas y dóciles, como los esposos de antaño. Pero nada de todo esto aflora en condiciones ni existe denuncia social que las atienda.

Como afirma el psiquiatra Guillermo Rendueles, "El capitalismo trata como trastorno de personalidad lo que antes se consideraba lealtad, coherencia u honradez". Y semejante diagnóstico es el final de una cadena que reproduce el sistema, basándose en una serie de apartados fácilmente manipulables a placer.

El uso del abuso no es más que un método creado que viene de lejos. Porque todo quedó atado y bien atado. Los nombres son otros, pero la simiente, idéntica. Y quien osa denunciarlo acabará entre rejas, sometida a un código penal que da la vuelta, convirtiendo a la víctima en verdugo, y esas sentencias, difícilmente tendrán marcha atrás. La historia se repite. Leed entre las líneas, analizad el clima moral del asunto. Hablad con esos niños que (dicen) son escuchados, muertos de miedo, en lugares desafectos, rodeados de personas extrañas que sonríen cargando rápidas muecas en busca de las respuestas deseadas. Sólo falta que las acusen de secuestro durante el período de gestación: al tiempo.


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