Las canciones de Camilo iban mucho más allá de la música y la letra: son himnos. Al primer beso, al abrazo escondido, a todas las historias de amor nacientes en esa primera juventud que no se olvida. Su voz es un torrente desatado que permanecerá siempre, pero la realidad es que se ha ido, y por amor tengo el alma herida.
Se enfrentó al franquismo con su célebre Jesucristo Superstar: mira mi muerte. Y antes de que me arrepienta, de que la carnaza aflore sobre una biografía tan inmensa como interesante, perdóname, perdóname...
Era nuestro, de todos, antes o después de aquella televisión en blanco y negro que arrojaría más tarde sus colores en tantos programas musicales ya desaparecidos.
Ayudadme a cambiar por rosas mis espinas, y hoy estaban todas las rosas, todas las flores, todos los fans. Prensa del mundo entero, preguntas y más preguntas, algunas un tanto absurdas, qué más da. La Sociedad de Autores se ha hecho pequeña, los famosos entraban por la puerta grande, sin espera. Y esa espera tan larga de sus admiradores es la única que cuenta, puesto que los artistas viven de ese público que sigue, aplaude y compra las obras. Donde estés, entre lágrimas y risas... Adiós, Camilo. Gracias por tanto, siempre.