La mejor época de su vida, cuando ejercía la prostitución en el Parque del Oeste madrileño, donde quería que se esparcieran sus cenizas. Era entrañable, se hizo querer por muchos y su existencia ha sido un cúmulo de situaciones límite, como a ella le gustaba vivir, ser y estar.
Su aspecto, claramente dibujado con el paso del tiempo, se hizo mucho más sereno. Aquellos labios gruesos se afinaron, su sonrisa era tenue y sus palabras distintas. Dijo que estaba camino de la muerte sin saber que llegaría tan pronto, agotada, bebida, cargada de pastillas y otras sustancias de las que abusó como quiso. Y es que a estas alturas -ella era muy alta- ya nadie la juzga. Conocerla fue un privilegio, nos hizo reír a mandíbula batiente, escandalizó como nadie más de mil y una noches, cantó aquel "Veneno para tu piel" moviendo el trasero y saliéndose de madre una de sus enormes y gloriosas tetas con las que amamantó a un público fiel, entregado, saleroso y eterno.
Mintió como nadie, la creyeron los tontos, los morbosos de lo ajeno, los mismos que ahora buscan tres pies a un gato negro muerto que tuvo más de siete vidas. Exageró tanto como desplazaba su inmenso volumen, jugó a todas las ruletas, perdió mucho y ganó todo.
Generosa hasta la saciedad, hospitalaria, compañera y amiga, no ha acertado a envejecer. Su muerte, joven, como la de los grandes mitos, nos ha dejado a muchos con un halo de pena suelta que no se irá nunca del corazón. Gracias, Veneno.