Cae un chaparrón social tremebundo y saltan los pijos, que acostumbran a pasar de largo ante lo importante, para vociferar contra Ada Colau (perra, hija de puta, etc) que ha prohibido la música en las terrazas del Puerto Olímpico de Barcelona.
Les duelen esas copas sin cha cha chá: Las terrazas en silencio no tienen ningún sentido, dicen. Será porque hay que hablar, comunicarse realmente, conversar... pensar, en resumidas cuentas. Y para justificar su protesta, lamentan de antemano los puestos de trabajo que -afirman- van a perderse. En sus últimas razones se acogen al camarero en paro, que les importa poco, pero con algo habrá que justificar el pataleo. Y así, los propietarios del ocio cargan contra la alcaldesa, que les concede un plazo razonable para cumplir la normativa. Estos futuros dueños del silencio calculan un 25% menos de caja diaria. Yo, lo primero que me pregunto, es cómo lo saben, y después, comprendo que la ausencia de tam tam monocorde unido a las velitas, el Buda plateado y demás perfomances que atienden sus espacios, les dejen sin palabras.