Sentado en la terraza desde la que sabía que lo vería pasar, Manu lo vió doblando la esquina. Había oído hablar de él en conversaciones con sus amigos y sabía que tendría material para una historia. Por ejemplo, vestía un traje de un color poco común, entre verde y azul, augamarina, nada en consonancia con su estética cercana al rastafari, tal vez ligeramente acorde con el áura afrogitana que desprendía, solamente porque le gustaba.
Sabía que Diego frecuentaba el chiringuito de la playa donde el DJ que más gustaba, en una especie de acuerdo no apalabrado, ponía su tema favorito, Rapper's Delight, de The Sugarhill Gang, a media noche, conocedor como era de que así Diego subiría al cielo, convirtiéndose en el centro de atención y alegría de todos los presentes. Diego se presentaba ahí esperando el tema, aun cuando no cabía un alfiler, y todos lo sabían. No cabía un alfiler, pero él sí. Si no había espacio, se le hacía.
Lo vió doblando la esquina. La luna se reflejaba en sus ojos, testimonio de material de contrabando, tal vez del mismo tipo que impregnaba el traje de color aguamarina que había comprado de pasada a quien había usado el mismo contenedor para importar tanto el traje como substancias psicotrópicas.
Manu pagó la copa que tenía a medias y lo siguió. Tal como decían, ese personaje nada convencional, aparentemente poco "vendible", seguía el patrón que dictaba tan solo su voluntad, sin someterse al escrutinio de la hoguera de las vanidades en la que se metía y que lo aceptaba a pesar de no seguir sus patrones. Era uno de esos fenómenos que podrían romper esquemas y crear tendencia yendo contra la misma. Un filón.
Siguiendo a Diego, entró al chiringuito. El día terminaba y pronto el perfil de los clientes sería totalmente distinto. De los playeros de verano a los "raveros" que terminarían de after, en el mismo chiringuito o en las calas adyacentes, eso daba igual. Esperaba a que llegara la medianoche para ver a Diego inmerso en su tema favorito, ese Rapper's Delight que, intuía, tendría que adaptar para contar la historia de su personaje.
Y llegó la hora. En su pacto no apalabrado, llegada la medianoche, el DJ pinchó el tema y Diego reaccionó como era de esperar. Bailándolo, gozándolo, cantándolo, inmerso en ese estado mental en que a tales horas ya le habían sumergido el alcohol, las drogas y su insólita personalidad. Todo el mundo disfrutaba del momento; Diego transmitía la euforia a la que todos aspiraban.
Manu tomó buena nota de todo ello. Describió al personaje, transfonetizó a lo spanglish su tema favorito, y se metió en la producción. ¿Podría terminar siendo tildado de comercial -se preguntaba- un tema musicalmente basado en una pieza de antes de los 80 y con la historia de un tipo de pose diametralmente opuesta a lo establecido? Era una apuesta interesante.
Si acertaba, los productores se encandilarían, el público enloquecería y el tema se convertiría en un fenómeno mundial que vendería millones de discos. Ya ves, con un tío fuera de lo normal al que le flipa un tema del 79. De locos. Y entonces lo hizo. Lo escribió, lo musicó, lo vendió, y en todo el mundo sonó la historia de Diego, cuyo tema favorito era Rapper's Delight, debidamente adecuado a un spanglish de pena pero, eso sí, tildado (cómo es la gente) de comercial.
Escuchen la letra...