Poco después, recibimos una llamada de la residencia en la que se nos comunica que la habitación debe ser vaciada al día siguiente. Nuestra madre pasó 20 años en ese lugar, lleno de recuerdos y cuyos objetos personales entrañan grandes significados sentimentales para nosotros. Pese al dolor y la urgencia inexplicable de tener que vaciar la habitación en dos horas, acudimos. La asistenta social subió con nosotros. Ante nuestra sorpresa, todas las cosas del cuarto de baño se encontraban ya fuera, de forma desordenada y sobre la mesita de noche. Sin entender semejante falta de tacto y sintiendo una clara agresión contra la intimidad, entre lágrimas me dirigí hacia su silla de ruedas, comprobando que en la misma faltaban dos cojines ortopédicos valorados ambos en 270 euros comprados en su día por mis hermanas, así como una maleta nueva que tampoco estaba. Lo comunicamos a la asistenta social, que nos remitió a la directora del centro Albert Einstein de la tercera edad de Burriana, llamada Pura Castro Artabe.
No tuvo la delicadeza de levantarse (por no mentar la educación más básica), expusimos nuestra reclamación de buenas maneras cuando ella adoptó una sonrisa burlona y sarcástica mientras se movía el pelo, y con una sangre fría pasmosa, dijo: "Bueno, a ver, primero voy a darles el pésame y después me dicen ustedes lo que quieran". Le comentamos la desaparición de los dos cojines valorados en 270 euros y su repuesta, en tono también burlón, fue la siguiente: "Para llevar 20 años en la residencia no es mucho lo perdido". Ante semejante actitud, mi hermano mayor, que tiene ya 70 años, con lágrimas en los ojos y ante su actitud desafiante, le pidió por favor que tuviera un poco de educación y considerar mínimamente la pena por la muerte de nuestra madre, a lo que ella respondió: "¿Y tú quién eres, que no te he visto en 20 años?". Mi hermano le contestó que seguramente ella no debía estar en su puesto cuando se producían las visitas. " Ay -respndió a carcajadas- tú no sabes el trabajo que tengo". Ante semejante atropello déspota, me levanté de la silla, y dirigiéndome a su mesa, la recriminé por su poca vergüenza ante el trato que nos dispensaba, y ella tuvo la desfachatez de decir que le estaba faltando al respeto al tutearla, ante lo que mi hija intervino alegando que ella misma había tuteado a mi hermano desde el primer momento.
Le dije que no solo era el asunto de los cojines, sino que también había faltado dinero, cosa que mi madre no quiso que se supiera para no crear conflictos en la residencia que pudieran perjudicarla. Asimismo, expuse que la comida de los ancianos hacía dos años que no les gustaba. "No estaría tan mal la comida basura para llevar veinte años en la residencia", respondió.
"Basura no, mierda -dije-. Mi madre estaba aquí por decisión propia, y nos contaba las cosas que sucedían, como el robo que se produjo, que salió en los periódicos. Nosotros quisimos sacarla de la residencia, pero ella se negaba porque no quería ser una carga para sus hijos".
Salí del despacho, airada, y se quedaron mi hermana, mi marido y mi hija, porque yo estaba perdiendo los nervios.
Ella continuó con la misma prepotencia y sarcasmo: "Si aparecen, ya os llamaremos, y si no, pues mala suerte. Si yo tuviera a mi madre en un sitio donde estuviera tan mal, no la dejaría en él". Mi hija, muy molesta, responde: "Dígalo claro, ¿insinúa que pasábamos de nuestra abuela?". Y ella, levantándose del sillón con mirada inquisitoria, respondió: "Pues sí".
Antes de marchar, mi marido le espetó: "Mi sillón es más grande que el suyo, señora". Hoy hemos recibido una llamada en la que nos informan de que ha aparecido uno de los cojines, curiosamente el de más bajo precio -70 euros-, y que el otro se perdió. Al recriminarle mi hermana el hecho, dijo que deberían comprar otro, y las palabras de esta señora fueron: "Anda, denunciadme. La residencia no tiene dinero y yo mi puesto lo tengo seguro, ja, ja, ja...".
Pensamos denunciar los hechos en Bienestar Social, pero creemos oportuno hacerlo también públicamente para que se sepa el tipo de dirección que tiene la residencia Albert Einstein de Burriana (Castellón).