Entonces le pedí que me contara por encima cómo anda ese patio, y al parecer, no es cosa sencilla. Lo curioso es que condón no llevaba, parecía no preocuparle pillar un sarpullido o cualquier otro asunto más serio (que cabe). Me contó que las mujeres estamos todas locas y hemos cambiado mucho. Que ahora hay que aguantar pero que mucho, mucho rato, para satisfacer a una hembra. Él las encuentra de noche, puesto que las busca, y se fija en cuerpos enormes calzados en diez centímetros a los que hay que pagar cenas muy caras y comprar algún regalo de marca si quiere continuar en el tiempo (no me especificó cuánto). Pero eso no es todo. Resulta que ha ligado con una importante y tiene sus sospechas. No sabe si trabaja, porque siempre está disponible, lleva bolsos Hermés y Vuitton, viste como una millonaria y él piensa que es puta, pero no está seguro. Me enseñó varias fotos que tenía en su móvil -cómo no- mientras buscaba un vídeo en el que ella hablaba. ¿Tú crees que es puta? -me preguntó. Y yo qué voy a saber, válgame dios, si no soy capaz de detectar un baboso en la cola del paro.
La pastilla de marras se la toma cada noche que pretende tener sexo, sexo bueno, y le mantiene erecto a todo él durante horas y horas. Yo creo que lo de menos es si la chica es puta o no lo es, vamos, que me importa muy poco, pero a él mucho. Me dice que si lo es, la deja. Entonces yo me pregunto, si lo es y no te cobra, a qué tanta mandanga. No entiendo a los hombres, menos a los de ahora, cuarentones solteros en sus salsa empastillados para quedar bien mientras les acosa la duda sobre el oficio más antiguo del mundo.