Pasa por su lado, le envía un saludo irreverente, ya es tarde si te paras a pensarlo, nadie te descubre. Crees advertirlo y observas el camino que has dejado atrás, como la estela de espuma de los besos, como si te mirara alguien del que no terminas de recordar su transpiración descomedida y si es el que tú quieres.
A la noche de hoy le sobra candidez, una sola noche para ti concisa y además destartalada, un cuerpo que se urde con el tuyo de sopetón y no le apetece parar. Más tarde vendrá la niebla a trastornar el deseo con dedos ardorosos y una boca impecable. Pasa a su lado de nuevo, es como la marca del ogro que no se hace ilusiones recuperar después de haberlo hecho y pretendes desenvolver entonces el enigma, has obrado con el tiempo un gran castillo de arena que el niño pisará probablemente con desprecio. No más preguntas. Sucederá una tarde sin lluvia, va a ser un idioma que reconocerá el verdugo, ascuas también para callar la calentura. Pasa por su lado otra vez y, ahora para siempre, ya no necesita rostro.