Yo no soy gay

Nunca he entendido bien alguno de los debates que el ser humano arrastra desde hace siglos. Podría asumir que todo lo que tiene que ver con lo sagrado, por ejemplo, fuese motivo de discusión. No sabemos y eso provoca en el hombre inquietud y miedo. No saber qué es lo que nos espera una vez muertos parece que pueda ser motivo de discusión. Vale. Pero hablar de cómo son unos o como visten los otros me parece, particularmente, ridículo.

Opinión | 04 de mayo de 2014
Gabriel Ramírez Lozano

Alguien confiesa ser gay. A partir de ese momento, se abre un debate extraordinario y, muchas veces, extravagante a su alrededor. Unos le querrán matar porque tienen en la cabeza que es pedófilo y su condición le llevará a abusar de los niños y niñas del mundo entero (como si la pedofilia fuera cosa de homosexuales y no de heterosexuales; o como si ser gay fuese lo mismo que ser pedófilo); otros querrán curarle o modificar su conducta (como si ser gay fuese una enfermedad; o una opción que uno elige un buen día al levantarse como se hace con la carrera universitaria); y otros, todo hay que decirlo, se lanzarán a defender al individuo y al colectivo gay como si les fuera la vida en ello (como si ser gay necesitara de un apoyo desmesurado e imprescindible). Naturalmente, todo esto es el producto de un trato tremendo al que se ha sometido a este colectivo durante muchos años, de numerosas injusticias en tiempos pasados y de haber creado una imagen del gay muy lamentable.

Cuando asisto a debates televisivos, charlas entre amigos, mítines políticos o manifestaciones que atacan o defienden una condición sexual del ser humano, me quedo atónito ante lo que suele ser un espectáculo grotesco. Pienso en dónde queda la bondad, la inteligencia o los valores. Es eso lo que nos hace mejores o peores. Es eso por lo que deberíamos valorar a una persona. No por su sexualidad, no tachando de pecado (los que lo hagan) un acto de amor. Francamente, a mí me importa poco lo que hace una pareja en el marco de su intimidad. Mientras no perjudique a uno de ellos o a un tercero, no me interesa. Y, desde luego, me niego a juzgar a nadie por algo así. Y es que éste es el problema: juzgamos sin cesar. A otros, claro. Porque la capacidad de autocrítica es, muchas veces, nula. Juzgamos sin cesar a las minorías, a los débiles, a los que nos pueden originar un incómodo problema creándonos dudas sobre lo que somos. Juzgamos a los que son distintos de nosotros. Esto siempre fue así.

Existen argumentos completamente absurdos con los que se intenta teñir la homosexualidad del color gris mate que no tiene. Hace poco escuchaba a alguien decir, sirva de ejemplo, que los colectivos gays no eran, ni siquiera, capaces de ponerse de acuerdo sobre si el matrimonio entre personas del mismo sexo era un matrimonio o no; ni en si el término gay engloba a todos los que lo son; que no saben ni lo que son, que él sí sabía que eran una banda de desequilibrados porque conoció uno en la mili. Algo parecido a esto (la conversación fue mucho más larga, pero sería estéril reproducir aquí la cantidad de disparates que se pudieron escuchar). Pero este sujeto se olvidó de decir que dentro del colectivo heterosexual las discrepancias respecto al matrimonio gay son las mismas, no nos ponemos de acuerdo ni a la de tres; tampoco recordó que el número de personas que padecen desequilibrios mentales en el colectivo gay es porcentualmente similar al que se da en el colectivo heterosexual (la diferencia es que un gay vive con angustia durante toda su vida por los problemas de exclusión social que le afectan y que pueden llegar a la ejecución pública en algunos países; la diferencia es que un niño gay pasa las de Caín en el colegio; la diferencia es que el colectivo gay se vio perseguido de forma brutal durante cuarenta años en España y que se les incluyó en la ley de vagos y maleantes como candidatos a pasar por prisión. Por tanto, esos porcentajes pudieran ser engañosos).

Tenemos un problema que no queremos ver. Andamos diciendo, una y otra vez, que las cosas son así o son asá. Y las cosas son así y asá. Esa y es la clave. El mundo es dual. No me cansaré de repetirlo. Es una forma de crear exclusiones y diferencias lesivas para todos, pero, da igual, somos incorregibles. Un niño tiene que ser criado por un hombre y una mujer. Que lo hagan dos hombres o dos mujeres es aberrante. ¿Por qué? ¿Se contagia la homosexualidad? ¿Es mejor ser criado en un centro de menores o en una casa de acogida? ¿No es lo deseable un hogar en el que el niño reciba amor y cariño en lugar de una paliza si papá llega borracho? Los gays mantienen relaciones sexuales con su pareja. ¿Por qué ese sexo es sucio y el de una pareja heterosexual es inmaculado? ¿Qué diferencias hay entre los contactos de una noche de muchachos y muchachas gays o heterosexuales? ¿Unos son más promiscuos que otros? ¿Unos son unos guarros y otros es que lo pasan bien?

Vivimos en una sociedad prejuiciosa e injusta que con el colectivo gay se ha cebado y se sigue cebando.

Yo no soy gay, pero me gustan mucho. Siempre aportan un punto de vista distinto como personas que son. Tan escandaloso o recatado como el de los heterosexuales. Me parecen hombres y mujeres valientes porque se juegan mucho cuando nos dicen cómo son. Algunos pierden hasta el puesto de trabajo, pero lo dicen para ser libres. Lo son mucho más que los que los despiden o les impiden tener una vida normal. Me parece que forman un colectivo envidiable en su organización incluidas las diferencias que hay entre unos y otros. ¿Algunos son escandalosos y estridentes en sus formas de expresión? Sí, como todos lo somos. Echen un vistazo a esas fotos tomadas durante el último carnaval. Sí, ese en el que un amigo se disfrazó de bailarina clásica. ¿No es lo mismo de extravagante?

Somos todos iguales. Las diferencias llegan en el momento en que juzgamos a unos y otros nos divierten y nos parecen lo más; en el momento en que alguien tacha de viciosos a unos hombres y mujeres que, sencillamente, aman a su pareja; en el momento en que se les trata como si fueran delincuentes peligrosos, durante cuarenta años, y nos los presentan como lo más bajo de la especie humana.

Me declaro fan del colectivo gay sin ser uno de ellos. Porque soy muy fan de la dignidad de las personas, de la igualdad de derechos y oportunidades universal; muy fan de los que ven personas en lugar de negros, judíos o gays. Soy muy fan de la vida y la vida es lo que es. Por más injustos o intolerantes que seamos, la vida seguirá siendo, eso, la vida.


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