Las muchachas tuvieron mucho que ver de aquella, por su fatiga unánime y extraña, con sus ingles empapadas de tanto desfallecer y tanto decir que no a los muchachos del grabado sin nombre. Desde su pequeña intransigencia mediaban en la lucha del más triste amor, ojos amoratados por S., labios más húmedos que nunca al haber sido arrojados del paraíso por no sé qué lúgubre extranjero.
Ellas temblaban únicamente, se morían temprano como si les fuera en ello la vida, qué risa, su voz que deambulaba por la linde incomprensible del tiempo, su sexo puro aunque sin apenas sumisiones los lunes y los jueves, parcialmente atolondradas y parcialmente también felices. Alguien debería escribir su dislate para tiempos venideros, alguien debería hurgar en su puntito rosa, por lo menos un poco. Como si con ello les pagáramos el vicio, dicen, ese deslumbrado escozor. Pobres...