Plan A o plan B

Comienza a llover. Miran a través de la ventana. A la terraza le están saliendo lunares, dice. Se sientan. La mesa es pequeña. Ensalada, filete de pollo a la plancha. El día ha sido difícil para los dos. Hablan. No coinciden. Los puntos de vista se encuentran en los extremos. Discuten. Él se levanta.

Opinión | 25 de noviembre de 2013
Gabriel Ramirez Lozano

- Está bien. No me vas a convencer. Déjalo así.
- Por cierto, hablando de convicciones, ¿te has pensado lo de tener niños?
- Cuánto más lo pienso más dudas tengo.

Alza la mano. La ira incontenible tensa los músculos del hombre. Ni siquiera sabe por qué razón lo hará, no sabría explicarlo, pero va a descargar el golpe. Con fuerza, con brutalidad. Poco después, pedirá perdón y el miedo regresará para concederle una nueva oportunidad en nombre de ella. Es como arrancar la cola a una lagartija o pisotear hormigas. Se hace. Un leve arrepentimiento mientras se contempla el dolor, la huída. Y vuelta a empezar. El miedo coloca todo en su lugar. Miedo. Perdón. El ciclo completo. La mano levantada se cierra. Los tendones trabajan al límite. Las uñas que se clavan ligeramente en la palma de la mano. Puede sentir el placer del sonido que llega, el calor del golpe, los gemidos cortejando su éxito.

- Imagina. Viejitos, rodeados de hijos, de nietos. O imagina. Más solos que la una tumbados en una hamaca.
- Quieres que me invente una vida entera.
- Pues es lo único que tenemos y es gratis. ¿Fregamos los cacharros?
- De acuerdo. ¿Has pensado en una pila hasta los topes de biberones, platos, platitos, cucharas, tenedores y objetos diversos de dudosa procedencia? Miles y miles de cosas por lavar.
- Para eso se inventaron los lavaplatos. Para que te puedas imaginar una vida feliz. Para que no tengas dudas, dice mientras ordena algunas cosas, mientras deja que piense en el futuro, que construya poco a poco del único modo que es posible.

La mujer cae. Se acurruca en una esquina. Una patada en el costado corta la respiración con la prisa de las navajas. Parece que abandona aunque el gesto queda a medio camino. Otro golpe. Esta vez con la mano abierta. Puta, puta, puta. Al fin. Ya se va. El mundo se vacía por los cuatro costados. No inventaré más excusas, tengo que salir de aquí. No puedo más, no puedo más. Llega al bar y pide una cerveza. No sabe que ha llegado hasta allí pisoteando sus propios restos. Abre y cierra la mano dolorida. Miedo. Perdón. No pasa nada.

- Si es niño se llamará como yo. Y si es niña como yo. También.
- Ya hablaremos de eso. Anda, apaga la luz. Es tarde.

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