La muerte sobrevenida por la bravura e imprevisible comportamiento de la naturaleza bajo tierra cuando se le intenta arrebatar parte de sus interiores; la desolación de amigos, familiares y compañeros. Los paisanos todos, conmocionados por la desgracia irreparable. Ellos lo saben, lo sabían. Sabían que en cada descenso se jugaban la vida y aún así bajaban a diario. Esta vez la naturaleza no tuvo compasión y golpeó. La solidaridad de nada sirvió. Todo estaba trazado. Ello es así en las familias de mineros que por tradición familiar, siguen en los tajos, generación tras generación. Nadie es ajeno a ello, ni los protagonistas, ni sus mujeres e hijos, ni padres ni hermanos. Pero cuando sucede, es duro de asimilar, a pesar de todo, D.E.P. Y por inevitable, casi previsto y por casi previsto, asumido como riesgo. Y si acontece, se afronta con valor por nuestro héroes mineros a quienes las circunstancias económicas y de mercado quieren privar de lo que saben hacer, de lo que quieren hacer y de cómo pueden querer llegar a morir, asumiéndolo. Su madera es especial.
La desgracia en las entrañas de la tierra, es un hecho natural, imprevisible y traumático. La desgracia en las entrañas de mi tierra, castigada durante décadas en esa pérdida de identidad, de idiosincrasia, de gente válida, incluso de su propia y gloriosa historia, hace que gestos recientes indignen aún más de lo que ya estamos, colmando con esa gota el vaso de lo humanamente soportable, pues intentan aprovechar la desgracia de otros, personas o sectores, para su propio beneficio y crecimiento personal y político. NO. Eso a personas con el orgullo dañado en lo más íntimo, no se les puede intentar hacer. Porque sacan los dientes, la lengua a pacer en cualquier medio, y lo que haya que sacar para impedir otro desmán de aquellos que dan un sector por perdido, sin poner fin inmediato y rotundo a tanta especulación, regodeándose en sus proyectos de crear ? cuencas de esperanza?, sin que con ello consigan, no sólo ilusionar, sino no engañar a nadie.
Si alguien intenta rentabilizar muertes dramáticas en caliente para su propio beneficio, que se prepare, pues las espadas estarán en alto, o mejor, los picos y las palas o lo que haya a mano para defender su orgullo, que en muchos casos es lo que queda para aferrarse y seguir.
Lo que el resto de paisanos, por solidaridad, no podemos consentir, es que nuestros mineros, compañeros de ribera, de provincia y de fatigas, fallecidos, sean relegados al olvido sin que sus muertes sirvan a los demás, solidarios hasta más allá de lo razonable si fuera menester, para apoyar su lucha actual. Ellos se sentirían orgullosos si así fuera. La inteligencia, bravura y fuerza de los que quedan, bien dirigida harán que sus compañeros fallecidos no caigan en el olvido, como tampoco lo dejaremos todos aquellos que estamos preocupados por el futuro de una seña de identidad de nuestra tierra: la mina y sus gentes.
Este será nuestro sentido homenaje a los mineros muertos, cuya muerte no habrá sido jamás inútil.