Vacaciones ajenas

Acaba el verano y todos, hasta el más insignificante, se reincorpora a los quehaceres que le mantendrán ocupado el resto del año. El resto del año hasta sus próximas vacaciones de verano. Si es que no se quedan por el camino. Algunos, hasta lo agradecemos porque hemos llegado a la saturación de las vacaciones ajenas, que no las propias que este año no llegan.

Opinión | 16 de septiembre de 2013
Ágata Piernas

De la gente en edad laboral, que tiene trabajo y por lo tanto derecho a disfrutar de vacaciones pagadas, y que por lo tanto, tienen peso específico en la sociedad, pues son los que con su esfuerzo y sacrificio están sacando el país adelante (y así está el país) destacaremos las familias que tienen al menos dos hijos.

Cuando pergeñaron su futuro y antes de los clásicos esponsales, decidieron, si la biología lo permitía, tener al menos dos vástagos, niño y niña queremos, decían a sus amigos y allegados. Y la biología con sus instintos y naturalezas a algunos les castigó y a otros les premió. Estos últimos ya se empezaron a encumbrar. Parecía que el destino les favorecía. Fueron niños de los modernos, de biberón y dodotis, guardería y abuelos o nani incluso, si la economía iba bien. Con todos los juguetes y caprichos, porque la economía lo permitía. Estos niños, percibiendo el orgullo que sus padres sentían por su presencia y gracias, se encumbraron también. Sus padres no dejaban de verles como un instrumento más. Un instrumento para su posicionamiento social, personal y humano. Esos padres, al albur de esta circunstancia, empezaron a sentirse ciudadanos de primera y los hijos, personas de primera extra, debido al sentimiento de satisfacción que se respiraba en su entorno por el mero hecho de su existencia.

Sin tener ni la ?p? de personas, ya dirigían, manipulaban y castigaban, bajo la aprobación y aquiescencia de sus padres-ciudadanos-de primera. Sin dejar de ser niños, por supuesto.

Pero ¿ qué ocurría cuando estos padres pagados de si mismos y con una vida plena tenían que sufrir las trastadas, gritos agudos, peleas y caprichos de sus cachorros humanos, llenos de energía, curiosidades e inquietudes? Les soltaban en el patio comunitario, en el parque, en la playa o el pantano, para que los demás ciudadanos, aún sin calificar, pudiésemos contemplar sus privilegios y alabarlos y admirarlos, eso sí, pero sin rozarles, hablarles o recriminarles sus faltas de personas por formar, educar y civilizar. Dichosos padres.

Y desde ese mismo momento, al igual que los padres-ciudadanos de primera, admiramos el papel de los maestros, profesores y abuelos, que con santa paciencia y máxima dedicación, auxilian a los padres en sus quehaceres a modo de longa manu, porque por un módico precio mensual, la educación de sus hijos está garantizada. Ah! Y no vale pedirse baja por depresión o mobbing. Sería cuento.

Y yo me pregunto,¿pagarán esos niños el día de mañana nuestras pensiones? Porque haberlos haylos pero son pocos y rebeldes. Y sino que se lo pidan al gobierno que es, al fin y al cabo, el responsable de su educación. Porque sus padres (¡pobres!), la mayoría, se limitan a arengarles con todo tipo de aditivos y complacencias, para su goce y disfrute.


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