Te lo suelta sin intereses y a devolver en más de veinte años. Si no le pagas, tampoco pasa nada, para eso tienen algunas maridos corruptos y empresas donde figuran como socios incluso niños, por supuesto menores de edad, a los que se mete en cosas de mayores con la intención de cubrir pormenores. Si robas, te vas de España a lo grande, con un pedazo de casa y apadrinado por realezas varias. No pasa nada. Ni se te cae la cara de verguenza ni son necesarias grandes explicaciones. La casa grande calla. El rey tiene la nariz roja, como eternamente rota, está hinchado, anda torpe y se le sigue llamando campechano. Con el buen ejemplo que nos había dado, quién le ha visto, quién le ve. La reina, cuidadana de Londres, se marca un gesto benefactor con las sobras de los cruceros. Pues no. Propongo que se nos entreguen las sobras de su casa, la real. Que hagamos cola frente a palacio con un pañuelo de cuadros marrones al más puro estilo emigrante cateto. Por lo menos, su personal tendrá algo que hacer y hablaremos con propiedad de la leche que nos han dao, lo que vale un peine y el caldo de huesos.
Al rato, decidí bajar la cantidad y le pedí ami padre cien mil euros. Se cabreó mazo. Me dijo que no los tiene, aunque los podría conseguir en caso desesperado. Estoy desesperada, le he dicho, pero no me ha creído. La cosa es que he salido de casa con cincuenta euros arrancados con muchas fatigas. Y es que pedirle pasta a un padre no es tarea fácil. Claro que si eres infanta, la cosa cambia, y mucho.