La noche trae más sonrojos que de costumbre. El hijo ha dejado abierta otra vez la puerta, ella no es así: su alegría confunde y pospone la tarea de no haber sido feliz esta mañana. Adivinarán, tarde o temprano, quién fue el responsable. Serán capaces de hacerlo también, llevarán el cadáver hasta su desvarío, sobriamente van a anochecer con su memoria.
Nada ya lo impide, su rostro se desentiende de ellos y parece venir de un lugar nada siniestro, mujeres todavía que pueblan la niñez en armónico hervidero y que entran a interrumpir el jeroglífico. Si te paras a pensarlo verás que es el embuste que se encarga la hechicera de colocar bajo tu almohada, será como tú quieras que suceda. La muerte jamás se apiadará de ti, eras la pieza que le faltaba a la próxima partida y debiste creerte la víctima perfecta para saciarse en algo tuyo, sin ninguna angustia, porque nadie recuerda ya ese cuerpo que tan bien te pertenece, maltrecho, sí, o desplomado.