Corinna en la fotos, pone ademán de Catherine Deneuve con Chanel número 5 pero se parece a Bienvenida Pérez sin gin-tonics. Nos cuenta que ha hecho labores secretas pero nos lo dice desde la portada de un periódico. Las ha hecho sin cobrar pero la pagaban empresas privadas No tiene príncipe ni principado pero es princesa. No comprendo nada pero mi opinión no cuenta porque yo no soy entrañable.
Tal vez Corinna piensa en danés, habla en alemán y paga impuestos en Mónaco. Por eso no la comprendemos. Corinna nos asegura que "ser mujer y rubia" lo complica todo. O sea que ser princesa, germanodanesa, políglota y cobrar gratis es muy sencillo y natural. Lo difícil, lo confuso, el dilema existencial es ser mujer y rubia. ¿Qué habría opinado Descartes de todo esto?
Corinna nos muestra sus manos pellejas de vieja. Atrás quedaron la lozanía de los cuarenta años, las ilusiones de la Transición, la belleza brutal de Nadiuska o Bárbara Rey en sus mejores días.
El crepúsculo de los Dioses, el ocaso definitivo, el final del túnel se llamaba Corinna. Es la última estación, la definitiva muñeca rusa, el regalo del roscón. Ilustra nuestra decadencia con su parodia espía -tiagúena-atracativa de 007. ¡Qué tía la CIA! Desde Murcia con amor. Hemos tirado cuarenta años a la basura porque pasar de las suecas que perseguía Alfredo Landa para acabar en Corinna no es avanzar nada. Tantos fondos de cohesión para esto.
Solo quiero decirte una cosa, Corinna: no eres entrañable. Entrañables somos nosotros.