Lo del tipo este tiene mucho mérito. Yo es que conocí, hace ya años, a uno parecido. Se hacía pasar por director general de una compañía americana y hacía "contratos de facto". No pagaba a nadie porque siempre esperaba muchos millones de américa, pero, las cosas como son, tampoco le sacaba dinero a ninguno, porque lo que de verdad le gustaba era mandar.
Mandaba cartas a la casa real cuando les caí un nuevo nieto, y le contestaban. Utilizaba las misivas para hacerse creer, pero yo nunca me lo creí. Una amiga y yo le denunciamos por fraude, aportando los documentos. El policía se moría de risa, claro. El tipo en cuestión se colaba en algunas fiestas prometiendo trabajo a todo cristo.
Se había hecho unas tarjetas falsas muy primitivas que repartía a diestro y siniestro. Hablaba un inglés playero que no se sostenía, y a la media hora de estar con él, su alcoholismo era tan evidente que aún no me cabe en la cabeza cómo pudo embaucar a nadie. La cuestión es que busqué sus dos apellidos en la guía telefónica con la esperanza de que algún familiar revelara la verdadera historia del impostor.
Y qué fácil resultó la cosa, porque apareció una hermana que cantó la traviata sin el menor esfuerzo. El hombre mentía absolutamente en todo, claro. Llevaba años con el mismo rollo en busca de apóstoles que le siguieran en su rollo delirante. Decía que la infanta Cristina paseaba con sus hijos por el parque Santa Amelia de Barcelona, y que siempre le saludaba.
Que los millones de américa estaban en manos de una tal Joceline que los retenía. Y mientras tanto, vivía en una pensión cercana a la estación de Sants, llevaba siempre la misma camisa y unas gafas del Madrid de Galdós. Lo que hubiera dado él por parecerse al príncipe estafador.