Nos transmiten emoción antes que información. Matan la verdadera noticia, pero ese cadáver es invisible. Nuestros ojos fueron vendados hace mucho con una pequeña pantalla que ?a su vez- ata las cadenas. Esclavos del mensaje. Presos de sus líderes. Se vomita la crítica cuando en realidad creamos, siendo arte y parte, esos espacios lamentables donde tiene lugar lo propio. Mal que nos pese, es nuestro.
Matamos la educación del mismo modo que el papel. Reducimos el lenguaje a un texto telegráfico aberrante, tanto como ese clima moral de los asuntos barriobajeros. España es una burbuja inmóvil. La influencia del mensaje, esa presión, su mera condición terrorífica que almacena derrames externos, internos, personales o ajenos, nos matará sin el menor reconocimiento antes de que lo detecte un análisis de sangre al entrar en tallleres. No se envejece, se ignora. No se aprende, se atiende.
Caminamos hacia el recurso fácil, sin curso alguno. Dentro de muy poco, ni siquiera seremos dignos de estudio. Pobres, débiles, cobardes, silenciosos. Sin el canto del loco y con el aplauso del tonto. Puro vocerío.