El amor no es una atracción sexual, ni una procreación, ni el cuidado de la familia a costa de los que no son de la familia, ni la tolerancia ante las injusticias o abusos, ni la violación o apropiación del cuerpo o territorio del otro, ni la invasión de la mente o espacio del otro con medias verdades impuestas como dogmas con intención de educarlo.
El amor no es la satisfacción mutua de intereses que siempre nos mantienen frustrados y vacíos, ni el síndrome de Estocolmo o enamoramiento ingenuo de políticos o dirigentes sociales que son psicópatas sin sensibilidad o responsabilidad ante las consecuencias de sus actos, ni el saber guardar las buenas formas para aparentar adaptarnos a una sociedad enferma y psicopatogénica de la que tememos ser excluidos, ni el mal rollo que nos mantiene dependientes dando vueltas y repitiendo conductas antihumanas transmitidas de degeneración en degeneración.
El amor no es decir te quiero, aparentando una bondad que sirve para ocultar la propia sombra de la maldad, ni decir lo siento o lo lamento, confundiendo el amor con la tristeza y negando la culpa o mediocridad.
El amor no es el narcisismo de creer que uno es perfecto y hace siempre las cosas que debe hacer, sin atrevernos a sentir el orgullo auténtico de no colaborar con situaciones injustas y hechos violentos o destructivos.
El amor no es la ingenuidad inconsciente de esperar que se solucione la crisis actual, enamorados de un futuro irreal que nunca llega, ni la necrofilia fatalista de no esperar nada mejor sino que nos dejen como estamos para no estar peor.
Me alegra llegar al final del escrito porque así todos tenemos tiempo para recordar lo que sí es el AMOR auténtico, que es algo que siempre hemos conocido a pesar de las muchas interferencias interesadas en que lo olvidemos.
Juan Antonio Saavedra. Director del Instituto Pascal y la Escuela de Ecología Humana.