El encuentro

Ella tenía veintidós años y yo rondaba los treinta. No hizo falta presentación ni cortejo, nos miramos y nos reconocimos. ?Hace mucho que te busco?, le dije. ?Yo te espero desde siempre?, contestó ella. Mi brazo rodeó sus hombros y permanecimos en silencio mucho tiempo.

Opinión | 14 de marzo de 2009
Delach

Durante siete años fuimos un solo ser con dos cuerpos que, al juntarse, encontraban su perfecta armonía. Nos quisimos cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo de estos siete años y, aunque ninguna palabra podría definir este sentimiento, yo necesito proclamarlo aún sin encontrar su propia expresión. Dicen que ?el alma empieza donde termina lo demás? y tal vez la entrega de nuestros cuerpos no fue más que el medio y nosotros nos unimos por el alma. Han pasado veinticinco años y yo la siento a mi lado con la misma fuerza que entonces. Mantengo mi identidad, sé que soy yo, porque me miro en sus ojos. El tiempo no ha destruido, ni podrá destruir nunca, su imagen grabada en mí de forma indeleble. Ni siquiera la muerte, que se llevó una parte de mí, tiene poder para ello.

¡Veinticinco años! Lo que sí ha hecho el tiempo es suavizar el dolor. ¿O no? O solo lo ha transformado convirtiendo el furor en amargura, haciendo su manifestación menos violenta, pero más profunda....

Hoy vuelvo a pasar por la misma plaza en cuyo kiosco nos deteníamos. El dueño es otro, yo soy otro y la misma plaza, sin ella, también es otra. Los árboles, desnudos, parecen acompañar mi tristeza y los bancos, desiertos, comprender mi desaliento. El tiempo retrocede cuando miro el rincón , junto a la ventana, donde nos sentábamos cada tarde. Siento su presencia de una forma física. Veo la risa en sus ojos, un beso en su boca y en sus manos una caricia, y es entonces cuando el interior del kiosco se vuelve luminoso y a la plaza retorna la alegría. La primavera reemplaza al otoño y yo me veo joven y dichoso. Sé que será solo un instante, que es solo un momento de delirio, pero no hay nada que para mí pueda compensar su belleza.

A veces creo que entre la razón y la locura es muy delgada la línea divisoria.

Quiero seguir, aunque me duela, el arduo peregrinaje que me lleva a los lugares que compartimos intensamente, creo que se lo debo. Durante mucho tiempo mi estabilidad mental ha sido precaria y aún la aceptación de su pérdida me conmociona. Pero ya la tristeza ha sustituido a la ira, como ésta en su momento, sustituyó a la incomprensión.

Es ahora el pequeño hotel, todavía propiedad de nuestros amigos, mi destino más inmediato. Saben, porque les avisé, que iría y ambos me esperan. Pido que me dejen recorrer solo el pequeño jardín y vuelvo a adentrarme en el túnel del tiempo y a encontrarme con ella: Juntos paseamos por la vereda de la izquierda, la que desemboca en el pequeño círculo con un solo banco. Antes de sentarnos ella me atrae hacía sí y veo el brillo de sus espléndidos ojos negros fijos en los míos y su boca que se acerca. Siento un ligero mareo y he de apoyarme en uno de los árboles que jalonan la vereda. No hay nadie. La magia ha desaparecido. Solo oscuridad y silencio.

En la vieja iglesia me recibe, erguido a pesar de los años, el padre J.... Me estrecha las manos con ademán virilmente cariñoso y me pregunta, más con la mirada que con palabras: ¿Cómo estás? ¿Cómo marchan las cosas? No hace referencia a mi larga ausencia, ni a mi despego de la iglesia. Solo quiere saber, lo dicen sus ojos, si mi dolor se ha atenuado. Si sobrevivir me es ya posible. Rezo en el altar donde rezamos tantas veces y no encuentro el consuelo que busco, pero tampoco siento la ira y el rechazo de antaño.

(Paseo por calles, cruzo plazas, me detengo en rincones, bebo en fuentes, busco todo aquello que pueda hablarme de ti, y también de mí porque ?como decía A. Gide ?yo no soy yo, mas que yo, que contigo?.)

He cumplido mi promesa. Se la hice un día en que me preguntó si la amaría siempre. ?Dentro de veinticinco años recorreré contigo estos mismo lugares y sé que te querré aún más?. He vuelto, ella siempre a mi lado y quererla...........¡Dios, como la quiero!

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