No hace tanto que el silencio suponía aquel estado social de la ley del más fuerte. Silencio administrativo. Silencio sepulcral. Asuntos de familia. Los trapos más guarros que jamás se lavaron en pilas de cemento, lavaderos helados y llanto a la intemperie. Frío. Miedo. Verguenza. Mucho más que pobreza, interior o social. Pellejo repugnante que colgó las legañas mientras un día y otro se tentaba a la suerte por ser tocada o no. La caricia caliente, manos de dura lija, áspera piel de fruto tras tanta peladura. Peladillas muy dulces después de la agresión.
Ayer ví una película: Las normas de la casa de la sidra. Un padre viola a su hija, que queda embarazada. Al practicarle un aborto, el tipo llora, desconsolado, ante el dolor de la joven.
Intenta acariciarla, y ella le atesta una gran puñalada. Después, huye. El padre retuerce ese cuchillo dentro de sí, y le pide a dos amigos que declaren lo siguiente:
-No pude soportar la huída de mi hija, y decidí matarme.
Yo, personal.Mente, no pude soportar el hecho de que la escena se me antojara hermosa.
¿Por qué no se mató antes de tocarla?