Este dilema no es sólo una idea que aprendimos a incorporar en nuestro sistema cognitivo, a través de medios tan sutiles como el sheriff guapito y valiente o el feo que asaltaba diligencias, sino el núcleo central de una mente violenta y de un modo de pensar que, incluso con la bendición de cualquier dios, da alimento y sentido a muchas ideas que justifican el poder entendido como control de unos pocos sobre mayorías manipulables.
Este dilema refleja una actitud de superioridad y de dominio sobre otras personas, como si esa fuese la única forma de relación posible para sobrevivir en este planeta. Estudiar, trabajar, hacer deporte o hacer el amor se vuelven actividades competitivas que siempre nos dejan insatisfechos y solos, aunque tengamos que aparentar alegrías falsas ante aplausos de seguidores mediocres o espectadores pasivos. Es frecuente, tanto en el ámbito personal como profesional, sentirnos niños grandes que repiten las mismas conductas no productivas, para que el yo con que nos identificamos siga haciendo lo que aprendió aunque no le dé ninguna satisfacción y siempre se quede frustrado.
Seguir identificándonos con el yo separado de otros hace que nos sintamos objetos que los demás pueden usar y tirar, pero además hace que sintamos a los otros como objetos a quien tenemos que controlar desde el dilema yo o tú, porque todos nos sentimos como animales en lucha por sobrevivir: la vida no puede ser algo a compartir en una convivencia amorosa sino un trofeo que gano o pierdo aunque todos acabemos muriendo.
Es urgente descubrir que el ser humano es relación y globalidad, que yo soy tú, que ambos podemos sentirnos satisfechos al sentir que los seres humanos somos un todo, que podemos dejar de vernos como enemigos o partes aisladas que necesitan que otras partes mueran para seguir viviendo. Urge librarnos de creer que somos muerte y violencia, que es lo que expresa el título. Urge borrar de los libros de texto y de nuestra mente de líder psicopático y pistolero del oeste o del este que el poder es control de unos sobre otros.
La experiencia de ser puentes y no islas, descubrir que lo que llamamos yo es un in-dividuo no separado de lo que llamamos tú, sentir que la relación no es algo que hacemos sino lo que somos permite sentir que estamos unidos en el amor y que nuestros intercambios pueden ser creadores de mundos más humanos y no actividades destructivas o hazañas bélicas.
La educación a favor del ser humano permite descubrir que no hay nada personal ni en el cuerpo ni en la mente de cada uno de nosotros. Así podremos sustituir el deseo de competir para controlar a otros por el deseo de cooperar para que cada uno controle su propia mente violenta, disfrutando las posibilidades infinitas de intercambiar ideas u órganos de nuestros cuerpos para convivir cada día mejor, sin ganadores ni perdedores.