Imaginen con pánico las páginas que lucen tras un texto nervioso que sólo responde al enter. Sin ruido. Sin olor. Sin una anotación. Sin sus pétalos secos. Sin aquel posavasos cuyo cerco ya seco rememora una tarde en la que te contaban tanto, cuando sentiste el verbo, las hojas amarillas, el ácaro del polvo, la fecha en que comprabas, con todos los respetos, su primera edición.
Imaginen la definitiva pérdida del documento. La muerte de las hojas. Imaginen que nadie conserva un solo libro, y que las bibliotecas carecen de sentido. Imaginen ustedes, porque es que yo, no puedo.
Feliz día del libro.