Vivía yo en Barcelona, cuando a finales de los ochenta me ofrecieron dirigir un negocio entonces novedoso: El primer teléfono erótico español. Lo había montado el rey del porno lugareño, un millonario de apellido común que se hizo de oro importando películas guarras y realizando sus correspondientes doblajes. Al frente de la empresa, se encontraban algunos pijos, los últimos herederos de un imperio peletero que hacía ascuas por momentos. Como no servían ni para redactar una carta en condiciones, tuvieron la feliz idea de ofrecerle a Cordelia la gestión de todo el chiringuito.
No sabía nada del porno. De hecho, es que en la vida había visto una sola película. Y mucho menos de su industria, recovecos y demás. Del teléfono erótico sabía menos todavía, pero me lo imaginaba: Una serie de chicas echarían polvos verbales por teléfono, en directo, hasta que el interlocutor reventara de placer. Más o menos así era. Pero se lo detallo:
Era un gran despacho cuyo aspecto no delataba la actividad. Luminoso, cuidado y hasta lujoso. Habían instalado ocho cabinas, igualitas a los de los locutorios, que entonces todavía no existían. En ellas no había más que una mesita con taburete. El centro del asunto se manejaba con una centralita. Ponían anuncios en prensa provocando las llamadas. El precio : Tres mil de las antiguas pesetas por diez minutos. Se cobraba en el acto, a través de Visa, Master o American Express. Los clientes no daban su nombre, únicamente la numeración de su tarjeta, banco de procedencia y fecha de caducidad. Acto seguido, la recepcionista llamaba a la central de Visa, Master o American solicitando el número de autorización. Al final del día, todos los servicios se pasaban por una sandwichera que se llevaba al banco. No había firma.
Funcionaba las veinticuatro horas del día en turnos de ocho horas, y era un éxito brutal.
?Teléfono erótico, buenos días, dígame?
Este es un servicio erótico en el que una señorita estará a su disposición durante diez minutos, creando una conversación sensual hasta que usted llegie al clímax total??.
Las chicas se lo montaban de cine, y los clientes no aguantaban ni los diez minutos.
?Ya se ha corrido. Pásame a otro?. Esta era una frase que escuchaba por lo menos cincuenta veces al día.
En el mismo lugar, se encontraba la sala de doblaje. Como comprenderán , el porno no precisa de excesivo vocabulario, puesto que todo son suspiros. Yo no entiendía por qué las dobladoras sufrían lipotimias cada dos por tres, ni el motivo de semejante almacén de Agua del Carmen, hasta que me lo explicaron: Los suspiros son constantes, y la dobladora los suelta con toda su alma, es decir, inspirando y aspirando al máximo, por lo que se marean y caen al suelo redondas. Tela.
Los clientes del teléfono solicitaban todo tipo de servicios. Había algunos fijos que llamaban a diario. Yo empecé a pensar que todos los hombres estaban salidos y eran unos guarros. Al salir a la calle, les miraba pensando: ?Este seguro que llama, y éste también?. Cuando pedían un servicio sadomaso, el espectáculo resultaba tragicómico. La chica daba hostias contra la mesa con un cinturón, mientras insultaba sin cesar, y al tiempo le daba un mordisco al bocata de chorizo. ?Cabrón, canalla, cerdo, desgraciado, picha triste?que te calles, ponte de rodillas, que te voy a dejar el culo ulcerado. Toma, toma, toma?otra leche que te doy, por feo, enano y sumiso??.
En resumidas cuentas, el negocio duró poco, puesto que sus directivos estaban implicandos en un asunto muy chungo de narcotráfico. La pasma cerró el tenderete y nos quedamos todas en la calle. Algo tenía que hacer yo por las chicas, y al entrar en una empresa de Marketing Telefónico que trabajaba para La Caixa vendiendo tarjetas Visa, conseguí colocarlas.
Vendían más que nadie, se despedían de los clientes con ?un beso? y utilizaban la misma voz de guarrona que en el teléfono erótico. Una de ellas, por cierto, bautizó la misión como ?Caixa de Pendons?.
Les seguiré contando?