Lo que ha llovido, y los cántaros que genera semejante temita arropando a todos los contribuyentes-colaboradores del gran espacio diario, justo e innecesario, pero ya un clásico a estas alturas. Lo entiendo pero me niego a comprender. Menudo espectáculo. Puede que haya salvado a algunos del paro, ocio y soledad. A otros de la cutrez y el petardeo para hacer de ambos calificativos toda una profesión. A las marcas de bollos, yogures y demás productos adelgazantes que se consumen en directo con la peor educación.
Pero no pasa nada. Nos gusta el cotilleo, la bronca desmedida y el lenguaje soez. Nos encanta ese retrato periférico de macro discoteca, las cirugías antiestéticas, las terceras edades vestidas de un globo, dos globos, tres globos, de colores parchís. Maquillajes de puerta, uñas color sangrante, bisutería fina, pantalones pitillo y tacones hipodérmicos. El lavadero salvaje, patio de luces, portería indiscreta, confidencias eléctricas, cátedra mordaz? Todo el mundo habla mal, pero medio ?cuando menos- lo ve. La incultura es un marco de plástico dorado sobre papel pintado de rosetón ajeno. Y así se escribe la historia. Sálvese quien pueda, y que masque el que quiera, así en público, con el bolo alimenticio rumiante cual vaca de prado verde, verde como nunca, guarro como nadie. Y a largar se ha dicho en ese periodismo mal llamado de investigación, huelebraguetas, anti braga, alitosis ocena, miembros descuartizados, cópulas tristes, tigres, tigresas profesionales, tontos del haba, amantes, esposas y maridos, concupiscencia estúpida, manoseo del hortera donde los haya, que los hay?
Sálvame?