Firmaba tantos talones a la semana como pelos tenía en la cabeza, consciente del haber, y dejando de ser muy lenta.Mente. Falta de tiempo, escasez de sueño, demasiados aviones?una mañana desperté sin saber a ciencia cierta en que ciudad me encontraba. Más tarde, llegué a confundir el valor de las monedas, y tuve que perderme ?literalmente- en la calle, para reconocer que mi existencia se había convertido en un paisaje extraño, ajeno y peligroso, de fugas hacia delante. Sentí la verdadera soledad del corredor de fondo, compitiendo contra nada, en busca de mi propia sombra, para morderla a bocados como una mala bestia. Menudo desperdicio.
A estas alturas, la vuelta atrás es tan imposible como absurda, pero sé lo que no haría, a quién, cómo y por qué, borraría de mi agenda, los lugares que ya no pisaría y las pastillas para dormir que no precisaría. El ocio es un laberinto de extrañas culpabilidades en las que una se deleita mirando al techo, sin pensar en nada. Quizá esos espacios siempre me faltaron, como tantas otras cosas. He buscado los bares y restaurantes que durante años fueron míos, y ninguno existe ya. El local está vacío, traspasado o con nuevos propietarios. No queda una sola huella de todo aquel tiempo, nada, excepto él.
Me dijo que en la vida hay que jugar con cartas marcadas para poder ganar siempre. Pero perdió. Le llevé la contraria hasta el último segundo, y tuvo que marcharse para darme lo único que le quedaba: La razón. Ahora, si alguien me preguntara qué necesito, respondería rápidamente: Una goma de borrar.